viernes, 2 de febrero de 2018

El demonio



Parece que en nuestra época no está bien visto hablar del demonio, lo hemos expulsado de nuestras vidas, pero no porque hayamos decidido dejar de pecar y en consecuencia queda desterrado, sino al contario, nos resulta molesto que nos provoque remordimientos y hacemos como que no existe, lo ignoramos porque es muy desagradable que nos ande hurgando en nuestras conciencias. Al haberlo eliminado, eliminamos en consecuencia el pecado y por ello no necesitamos el confesonario, y por desgracia todo esto está referido a algún tipo o corriente de cristianos. Se dice que como Dios es sumamente misericordioso, ¿cómo va a permitir que nos condenemos, si llevamos una vida más o menos de acuerdo con su doctrina?, salvo que cometamos una aberración como matar o robar y pare usted de contar. Si unos padres perdonan cualquier ofensa que les hagan sus hijos, ¿cómo Dios no lo va hacer? Incluso algunos parecen decir que ellos tienen línea directa con Dios y, claro, se confiesan con Él. Estas tentaciones no pueden ser obra nada más que del astuto Satanás.

Creo que nos pasa como dice en el pasaje evangélico (Lc 11, 15-26) “Expulsa los demonios con el poder de Belcebú, jefe de los demonios”. Nosotros lo hemos expulsado por nuestro propio interés o tal vez quizá por nuestra propia insensatez. Nos interesa que no nos dé mucho la lata, usamos la táctica del avestruz: no lo tomamos en cuenta y no existe. Seguro que Jesús se enfadará con este tipo de cristianos lo mismo que con aquellos que lo acusaron de expulsar el demonio por arte del jefe de los propios demonios. Además nos dará una argumento tan sencillo y lógico como les dio a ellos (cf 11, 18) “Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina”. ¿Cómo se va a retirar sin plantar cara? Más bien, con suma inteligencia, nos sigue la corriente, juega con nosotros como los inocentes niños al escondite con sus padres, que se ponen su blanca mano ante los ojos y ya piensan que no los ven. El demonio, con su astucia, nos da la razón y nos sigue la corriente, no nos planta cara y hace como que abandona, si es que en verdad nos enfrentamos a él. Su gran victoria es precisamente pasar desapercibido y hacer como que no está en nuestras vidas, pero nada más alejado de la realidad. Decía san Beda que sus armas (las del diablo) son la astucia, el engaño y la torpeza espiritual; y santo Tomás afirma al respecto que primero engaña y después de engañar intenta retener en el pecado cometido.

Tal vez el quid de la cuestión lo encontremos en los últimos tres versículos del texto citado: Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, recorre parajes áridos buscando descanso, y no lo encuentra. Entonces dice: volveré a mi casa, de donde salí. Al volver, la encuentra barrida y arreglada… O sea que además de astuto y taimado es sibarita, le gustan las estancias limpias más que las pocilgas, muy tonto parece que no es. Por ello creo que está en su propio terreno en este tipo de cristianos descritos anteriormente, echa de menos sus almas (su casa) y nosotros inconscientes, con nuestra manera de pensar y actuar, se la abrimos y le dejamos pasar. Con nuestro proceder le barremos y le arreglamos la casa y él, lógicamente, no solo toma posesión, sino que además invita a otros peores que él.

Así que estemos ojo avizor porque con toda seguridad es más astuto que nosotros; nos engaña, haciéndonos ver que vamos por un camino adecuado cuando en realidad vamos por el que él nos ha diseñado.


Pedro José Martínez Caparrós

No hay comentarios:

Publicar un comentario