sábado, 24 de febrero de 2018

II Domingo de Cuaresma




meta del camino cuaresmal: compartir la resurrección de Jesús

        El domingo pasado la Iglesia invitaba a ver dónde estamos, este domingo a la meta a la que nos dirigimos. La liturgia, al elegir el episodio de la transfiguración de Jesús para este domingo, ha captado muy bien la intención de los evangelistas al narrarlo. En Marcos es el final de una serie de enseñanzas de Jesús, que comienzan con el anuncio de su muerte y resurrección; el anuncio es incomprendido y rechazado por Pedro, pero Jesús insiste e invita a seguirle por este camino, que humanamente parece absurdo, pero que es el que realiza plenamente a la persona. Si alguno se burla de esta enseñanza, él se burlará de él cuando venga como juez escatológico. Y para que quede claro que vendrá glorioso, algunos de los discípulos tendrán pronto una experiencia de este hecho. Efectivamente, seis días más tarde, algunos de ellos, en concreto Pedro, Santiago y Juan tuvieron una visión en que contemplaron a Jesús en su gloria de resucitado. Fue un espectáculo admirable que hizo exclamar a Pedro lo bien que se estaba allí. Con esto solo ya Jesús enseñaba a sus discípulos que vale la pena su camino de muerte porque lleva a la plenitud de la gloria. Pero hay. El Padre confirma la enseñanza: Este es mi Hijo amado, escuchadle, escuchad en concreto esta enseñanza de muerte y resurrección.

        Las otras dos lecturas acompañan este mensaje. La primera presenta la prueba de Abraham como sufrimiento que fue premiado por Dios concediéndole el don de ser padre de todo el pueblo judío. La segunda, apoyándose en el relato de Abraham “a quien Dios perdonó su hijo”, subraya el amor del Padre al permitir la muerte de su Hijo por nosotros. El pueblo cristiano es el premio que el Padre ha dado a Jesús por su muerte.

        Es importante descubrir las metas de nuestra fe. La persona humana se mueve por los grandes ideales, por lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo alegre. Pues Dios es en sí mismo Verdad, Amor, Alegría, Belleza y fuente de la misma y todo ello en su inefable unidad, por lo que en él verdad, amor, belleza, alegría son inseparables. Nos ha creado libremente y por amor para que participemos de la riqueza de su ser. Esta es la vocación humana, que los hombres persiguen, muchas veces sin saberlo. Acercarse a Dios es acercarse a la fuente de los grandes ideales.

El mismo Dios por Jesucristo nos enseña el camino que conduce a esta meta, seguir a Jesús, que es la manifestación humana de los ideales divinos que estamos llamados a compartir.

Ya durante su ministerio terreno, Jesús fue un hombre admirable por su compromiso con la verdad, el amor, la belleza y la alegría, pero es especialmente Cristo resucitado el que ha realizado en su persona la plenitud estos ideales. Las palabras de Pedro invitan a admirarlo: ¡Qué bien, kalón, bueno, bello, auténtico, es estar con Jesús! Él es la Verdad, la Bondad, el Amor, la Alegría, la Belleza suprema. En Él todo ello es inseparable.

        El cristiano está llamado a participar su plenitud. Desgraciadamente con frecuencia se identifica lo cristiano con lo triste y sus manifestaciones no siempre cuidan lo bello. El cristiano opta por el camino de la cruz, no por un triste masoquismo, sino porque es el verdadero, el que hace crecer en el amor y vivir la belleza y alegría de la vida y es el que conduce a la plena realización. Verdad, amor, belleza, alegría deben estar inseparablemente presentes en la vida del cristiano. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Es necesario que descubramos este valor y lo demos a conocer a los demás dando así razón de nuestra fe. El camino de la cruz vale la pena por la meta a la que conduce. El lenguaje de la nueva evangelización debe encontrar lenguajes que ayuden a descubrir esta riqueza.

        Cada celebración de la Eucaristía debe ser una inmersión en el amor, belleza y alegría de Dios que se nos entrega por Jesucristo.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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