Signo del banquete
escatológico
El
Evangelio de hoy recuerda el signo de la multiplicación de los panes realizado
por Jesús. Hay que ver los milagros de Jesús como cumplimiento de las promesas del
Antiguo Testamento en que se anunciaba cómo sería el futuro Reino de Dios. En
ellas se anunciaban para estos tiempos la desaparición del dolor y de la muerte
y una época de saciedad para todos.
Cuando Jesús curaba enfermos y resucitaba
muertos estaba diciendo que con él había llegado el comienzo del cumplimiento
de estas promesas. Y en esta misma línea hay que ver el signo de los panes
proclamado en el Evangelio de esta fiesta. Lo realiza Jesús en el contexto del
anuncio de la llegada del Reino de Dios, en que, además de curar a muchos, da
de comer a una multitud como signo de
que ya se empezaba a cumplir lo anunciado por Isaías 25,6: Hará Yahvé Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de
manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados.
Para Jesús Dios reina en la
humanidad cuando todos sus hijos se pueden realizar plenamente en cuerpo y
alma. Es un proceso que empieza en este mundo trabajando por una sociedad que
responda a los planes de Dios Padre y culminará en el mundo futuro por obra de
Dios.
La
segunda lectura nos trae a la memoria que Jesús se sirvió del pan para
profundizar en sus enseñanzas. Como es sabido, alimento básico de la persona
humana es el pan material, que Dios ha
creado para todos los hombres, aunque desgraciadamente, por el egoísmo humano,
no llegue a todos. Pero este no basta ni sacia plenamente el hambre del hombre,
que es cuerpo y espíritu y que tiene hambre infinita de felicidad, bondad y
belleza. Es que Dios, como dice san Agustín, ha creado el hombre para él y su
corazón está insatisfecho hasta que descanse en él. Jesús se ha presentado como
pan que satisface esta hambre infinita: « Yo
soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en
mí, no tendrá nunca sed »(Jn 6,35). Más aún, nos ha dejado en la Eucaristía su presencia real
destinada a alimentar esta hambre: «Yo
soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para
siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. »
(Jn 6,51).
La
primera lectura recuerda el sacrificio de Melquisedec, que era un anuncio
profético del sacrificio de Jesús, el que
se entrega para dar vida al mundo.
Como
en toda comida, para alimentar no basta comer, es necesario también digerir. Y se digiere la Eucaristía cuando
la persona se une a Jesús, « el que da su vida por los demás ». Es importante
el vocabulario que empleamos para designar esta comida: comunión, comulgar. Comulgar es entrar en comunión con Jesús. Y no
se entra en comunión con Jesús sin entrar en comunión con todos sus miembros,
especialmente con los más necesitados. Lo mismo que Jesús vivió para los demás,
entrar en comunión con él implica vivir para los demás. Este fue el sacrificio
de Jesús y este es el de sus discípulos. Desgraciadamente muchos comulgan
materialmente y no entran en comunión con Jesús, y no les alimenta.
En
la oración de la misa se pide venerar de
tal modo tu Cuerpo y Sangre que experimentemos el fruto de tu redención. Venerar a Jesús es agradecer su obra y
comulgar con ella. Entonces nos alimentará.
La
Iglesia recuerda en esta fiesta que
Caritas es fruto lógico de la veneración de la Eucaristía. El que se une a
Jesús, se preocupa de todas las necesidades y comparte con los necesitados. Una
Caritas floreciente es signo de una comunidad cristiana que venera dignamente
la Eucaristía.
Rvdo.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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