El
Departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española nos
sugiere, como motivación de la Campaña de la Pascua del enfermo, el texto
evangélico: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).
Aunque
pueda resultar paradójico, el evangelista Juan, según comenta el cardenal
Martini, trató de desvelar el sentido trascendente de todo y de adentrarnos en
el Misterio: sólo Dios es capaz de hacer nuevas todas las cosas. En María se
vislumbra no sólo su ternura o su capacidad de mediación sino la confianza en
la misericordia de Dios: “Haced lo que Él os diga”. La fe no elimina las
contrariedades, ni resuelve las dificultades. La fe no nos libra de la
enfermedad, ni del dolor, ni de la muerte, pero nos ofrece la clave para
descubrir en Jesucristo el sentido integral de nuestra sanación (salvación).
Juan
comienza su Evangelio describiendo una semana intensa. Si leemos el capítulo
primero y sumamos los días, «tres días después» es cuando se celebra la boda en
Caná de Galilea. Justo el día sexto será cuando Dios cree al hombre y a la
mujer y cuando Jesús manifieste su Gloria en Caná de Galilea. Con este
simbolismo cronológico el evangelista intenta desvelar la verdadera misión de
Jesús: restaurar la humanidad caída por el pecado y llevarla a su culminación
(plenitud). La Gloria de Dios refleja el amor con que se acerca al hombre para
restaurar su primigenia condición de hijo muy amado.
Con
la expresión: «No tienen vino», Juan trata de poner de manifiesto lo fácil que
resulta que se desbaraten nuestros cálculos y proyectos personales. La fiesta
de bodas está a punto de estropearse. Inexplicablemente, donde se preveía
alegría, plenitud de amor, fiesta nupcial, felicidad total, de repente, se
revierte la situación. Falla la previsión humana, se agotan los recursos: el
hombre y la mujer se sienten perdidos, incapaces, impotentes, no saben qué
hacer. Viven una experiencia de cerrazón y de bloqueo. Lo fácil ahora es echar
la culpa al otro. Justificarse. El cansancio, el desgaste de la vida diaria,
las diferencias de carácter, etc. servirán de perfecta coartada para no aceptar
nuestra propia responsabilidad.
La
Eucaristía es la transformación del agua en vino, de la fragilidad en
fortaleza. Es el don del Espíritu, el único que nos da la certidumbre de ser
capaces de amar. La Eucaristía es la fuerza que alimenta toda forma de amor y
que crea unidad. La Eucaristía es la manifestación de la «Gloria de Dios». De
la Eucaristía nos viene todo consuelo, paz y alegría.
¡Qué
bueno que invitemos a María no sólo durante este mes de mayo a nuestro «hogar»,
a nuestra «familia», a nuestra «Diócesis»…! ¡Qué bueno que nos ofrezcamos como
«tinajeros» solícitos cuando escasee el «vino», la «alegría», la «fiesta», la
«solidaridad» en nuestro entorno!
Con
mi afecto y bendición,
Ángel
Pérez Pueyo
Obispo
de Barbastro-Monzón
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