Meditando
el Salmo 118, el más largo del Salterio, en sus versículos 145-152, encontramos
una invocación inicial del salmista cuando dice: “Te invoco de todo corazón…”. Es curioso que siempre haya sido Dios
el que ha solicitado la escucha del hombre. Nos dice el Shemá: “…Escucha, Israel, Yahvhé nuestro Dios es el
único Yahvhé; amarás a Yahvéh con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas
tus fuerzas…” (Dt 6,4) Y,
efectivamente, el salmista invoca a Dios con todo su corazón. Es más, le dice: “…Respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes, a
Ti grito: ¡sálvame!, y cumpliré tus decretos…”
Y ahí es
donde quería detenerme. Está en el sentimiento humano el premio o castigo del
Señor por nuestras obras; la realidad es que Dios no castiga, somos nosotros
los que, a causa de nuestros pecados, nos castigamos a nosotros mismos. Hasta
ahí, la tradición religiosa de una religiosidad primaria, poco madura., pero
necesaria en una primera etapa de conversión. Pero nos olvidamos de que es Dios
mismo el que salva gratuitamente; después vendrá la etapa en que reconoceremos
que, por causa de esta salvación, nosotros nos encontramos en la necesidad de
reconocer su bondad y Misericordia, y actuamos.
Consideremos
esta forma de actuar del hombre: “Si me consigues este trabajo, te encargo una
Misa”; otra: “Si apruebo esta asignatura, estas oposiciones, etc, te pongo dos
velas…”; más: “mi hija está enferma, si la sanas, voy de rodillas hasta el altar…”
Es una sensación de “contrato” con Dios. “Si me haces esto que es bueno según
mi criterio-no el tuyo-, te devuelvo el favor con algo que te guste: unas
velas, una Misa, una oración…”. Es la religiosidad primaria que tiene mucho
desconocimiento de Dios. Y así hemos sido durante mucho tiempo, y quizá ahora
también. De ahí esa sensación de “trueque” con Dios.
“Si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi
sacrificio es un corazón quebrantado y humillado. Un corazón quebrantado y
humillado Tú no lo desprecias…”nos recuerda David en el Salmo 50.
“Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de Mí…”(Is 29,13).
Pero
Jesucristo es más claro aún:
“¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías cuando dijo: “Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de Mí…” (Is 29,13). En vano me rinden culto
ya que enseñan doctrinas que son
preceptos de hombres” (Mt 15, 8-10), hablando a los fariseos que
cargaban a los judíos con grandes cargas, mientras ellos sólo se ocupaban de
aumentar el largo de sus “filacterias”, de sus vanidades.
Y el
hombre se revuelve si no consigue su petición. Sólo Dios sabe lo que nos
conviene. A veces no sabemos pedir. Pedimos cosas terrenales que ya conoce el
Señor. Pidamos mejor “sabiduría” para conocerle; aumentar nuestra fe; ver a
Jesús en los hermanos necesitados, responder con valor pero sin violencia ante
los ataques a Dios o a la Iglesia. Pidamos amar en lugar de ser amados.
No nos
vendría mal recordar la bellísima oración de san Francisco en el llamado “Cántico
de las criaturas”, que dejamos al lector para que lo medite.
Por eso
necesitamos, como dice Ezequiel, que cambie nuestro corazón de piedra en uno de
carne, capaz de amar en la medida de Él.
Alabado
sea Jesucristo,
Tomas
Cremades Moreno
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