El Espíritu Santo, alma de la Iglesia, nos incorpora a
Cristo resucitado como miembros activos de su cuerpo
El Espíritu
Santo es el gran don de la resurrección de Jesús. Fue el autor de su
encarnación y el alma de todo su ministerio que culminó en la resurrección y ascensión. Jesús resucitado
nos lo da ahora para que nos una a él y repita en cada uno de nosotros lo que
hizo en él, ya que la tarea del cristiano es ser un Cristo viviente que repite
en su vida el camino de Jesús, un camino de ofrenda existencial al Padre. El
Evangelio y la 1ª lectura recuerdan que Cristo resucitado da su Espíritu a los
apóstoles, por su parte, la 2ª lectura recuerda que todos los cristianos lo
recibimos en el bautismo, en que nos
convierte en miembros activos de su Cuerpo.
El Espíritu
Santo es el amor y la fuerza de Dios. En el bautismo nos perdona los pecados y
nos une a Cristo resucitado, formando parte de su Cuerpo. Como tales, somos
hijos de Dios, hijos en el Hijo; recibimos ojos nuevos, los ojos de la fe, que
nos permiten ver la realidad con los ojos de Dios. Lo mismo que el microscopio
permite ver los últimos detalles de un objeto, ocultos a la simple mirada humana, así la fe ve lo
profundo de la realidad. Igualmente recibimos un corazón nuevo, que participa
la fuerza del amor de Dios y capacita para amar a Dios con un corazón fuerte y
constante y al prójimo como Cristo nos amó.
Todo esto lo
recibimos como miembros del Cuerpo de Cristo, en el cual cada uno tiene su
tarea específica al servicio de todo el conjunto. Por ello es obligación de
todo cristiano ver la Iglesia como algo propio, de la que es miembro integrante
y ver además la tarea específica que ha recibido dentro de ella. Y no hay que
identificar Iglesia con culto litúrgico, que es solo una faceta importante,
pues junto a él están también la
evangelización y la caridad. La evangelización es obra de todos los miembros de
la Iglesia. La evangelización del mundo antiguo fue obra de los apóstoles con
la colaboración importantísima de todos los demás miembros y hoy sigue siendo
igual; de forma semejante toda la Iglesia tiene que dar un testimonio
importante de amor compartiendo sus bienes y trabajando por un mundo mejor, que
sea signo del futuro Reino de Dios. La Nueva Evangelización, a la que estamos
todos convocados, tiene que ser obra de todos los miembros de la Iglesia.
En este contexto
todos hemos de trabajar solidariamente, evitando divisiones, orgullos y
envidias, pues estamos en la misma obra, bajo el impulso del mismo Espíritu,
unidos al mismo Señor y buscando la gloria del mismo Dios Padre.
La celebración
de la Eucaristía es la gran obra del Espíritu. En ella hace sacramentalmente
presente al Señor resucitado y su sacrificio y nos capacita a todos para que
unamos nuestras vidas a la de Jesús como sacrificio existencial para gloria de
Dios Padre. En esta celebración todo debe ser amor, alegría, paz, excluyendo
todo orgullo y división.
Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona
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