Después de resucitado, Señor, estuviste cuarenta días
dando las últimas recomendaciones a tus discípulos ‒ellos en representación de todos nosotros, tu Iglesia‒, les explicaste el sentido de tu muerte y
resurrección para la salvación del género humano y les apremiaste a que fueran
tus testigos.
Entiendo que ser testigo implica conocer perfectamente
el asunto, detalles, personas y actuaciones de aquello sobre lo que se ha de
testificar. En este caso, Señor, quieres
que testifiquemos sobre tu misterio de salvación, que la experimentemos
y vivamos. No se trata de que hablemos como un profesional que da una lección
magistral, sino como unos solícitos trabajadores que se meten e identifican en
su obra de tal forma que son unos con
ella. Que con nuestro actuar y nuestra vida mostremos aquello que con palabras
más o menos elocuentes manifestamos. Que aquellos ante los que tenemos que
testificar tomen en cuenta nuestras obras más que nuestras palabras, que se
tengan que rendir ante la evidencia de que cumplimos aquello que predicamos.
Claro que esto no podemos hacerlo solos, tenemos que
tener muy claro que Tú no te fuiste de esta vida material, sino que sigues
actuando, lo único que obras a través nuestra, o sea, que somos nada menos que
instrumentos de tu trabajo, herramientas en manos de un excelente obrero. Pero
herramientas de no mera materia, sino con vida, con libertad, con raciocinio. Y
estas cualidades las tenemos porque te tenemos a ti; no somos nosotros, sino Tú
metido en nosotros.
“¿Qué hacéis
ahí plantados mirando al cielo?” Nos
estás diciendo que no nos quedemos quietos e inmóviles, sino que transmitamos
los conocimientos de los que nos has imbuido y la vida de la que nos has dotado.
No quieres testigos parados y estáticos, sino dinámicos y activos. Tu mandato
es que yo publique lo que Tú me has enseñado, que no me guarde para mí solo ese
tesoro, sino que en mi ámbito de trabajo, en mi familia, en mi ambiente social lo
comparta con todos. Me estás diciendo que no esté parado esperando a que alguien
me pregunte por mi religión y mi Dios, sino que sea yo el que tome la
iniciativa, dé el primer paso y testifique.
Dame, fuerzas y entusiasmo, para llevar a cabo tu mandato
y perdona por tantas veces como te fallo.
Pedro José Martínez Caparrós
No hay comentarios:
Publicar un comentario