Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Con una sola mirada se pueden decir muchas cosas, se
pueden expresar muchos sentimientos, se pueden compartir muchas experiencias.
Con la mirada podemos transmitir afecto, aliento, atención, respeto, confianza,
compasión y amor. También podemos comunicar temor, recelo, desconfianza,
orgullo, altanería, soberbia y envidia.
Por eso, es importante aprender a mirar, a ver con
detenimiento. Escribe san Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre
puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Cor 2,9). Hay
algo más allá de nuestra capacidad de ver, de oír y de pensar que corresponde a
un proyecto preparado por Dios.
La Virgen María nos enseña a mirar y nos anima con su
mirada. Ella nos indica lo que no es visible a los ojos; lo que está más allá
de la superficie; lo que no resulta evidente, ni palpable, ni tangible; lo que
descubrimos en la raíz de las personas, de los acontecimientos y de todas las
cosas.
Los ojos de la Virgen María siempre están atentos y
centrados en su Hijo. Desde la Anunciación hasta Pentecostés, desde la pobreza
de Belén al sufrimiento de la cruz. En todas las circunstancias y en todos los
momentos, Ella supo contemplar en silencio, actuar con amor y delicadeza, creer
con firmeza y esperar confiadamente. Por eso, vemos a la Virgen María como
imagen y modelo de la Iglesia.
La Virgen María nos enseña a ver con admiración el
designio de Dios, a reconocer la fidelidad de Dios a sus promesas y a apreciar
la fuerza que viene de Él. De ella aprendemos a vivir con alegría y a
distinguirnos por un comportamiento fiel y al mismo tiempo libre. Con la
fidelidad que procede del amor y con la libertad que garantiza el Espíritu
Santo.
La Virgen María nos mira con ternura, con
misericordia, con amor de madre. Experimentamos su mirada y no nos sentimos
aislados, ni separados, ni ignorados, sino miembros de una única familia
congregada por su Hijo. Aprendemos a mirar a todos los demás con amor, sabiendo
que somos amados, y que sentimos el impulso de amar no solamente con palabras,
sino con las obras de cada día.
Ella está muy cerca de quienes se esfuerzan por llevar
a casa el pan de cada día. Ella escucha el grito del dolor inocente. Conoce
nuestras preocupaciones concretas y bien definidas: la falta de trabajo y la
precariedad laboral; la inquietud por el presente y la incertidumbre ante el
futuro; la pobreza y la discriminación; la injusticia y la violencia; la
mentira y la mezquindad; la soledad y la enfermedad. Ella nos anima
para que acudamos confiadamente a su Hijo Jesús, para que encontremos acogida,
misericordia, perdón y nuevo impulso para proseguir el camino. Como en las
bodas de Caná, nos dice: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).
En la Virgen María la humanidad alcanza la máxima
posibilidad de cooperación con el proyecto de Dios. Por eso, es la referencia
más segura para comprender qué significa ser Iglesia, en comunión con Dios y
con los hermanos.
En este mes de mayo rezamos con amor de hijos: “Reina
y Madre de misericordia (…) vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición,
+Julián Ruiz Martorell,
Obispo de Jaca y de Huesca
No hay comentarios:
Publicar un comentario