«LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA, SE LLAMA MISERICORDIA»
LA SÉPTIMA OBRA ESPIRITUAL DE MISERICORDIA
También en esto somos afortunados en nuestra
Diócesis. Contamos con cuatro comunidades contemplativas que trabajan y rezan
por cada uno de los hijos del Alto Aragón: las clarisas en Monzón; las
capuchinas en Barbastro; las hermanitas de Belén en el Monasterio de Sijena;
los del Verbo Encarnado en el Monasterio del Pueyo. Son nuestros verdaderos
pararrayos. Nuestra lámpara ante el Santísimo. Aunque pueda resultar paradójico
son nuestros efectivos más activos y fecundos. Nos ayudan a ser sólo del Señor,
a vivir en y desde el Señor. No han huido del mundo como muchos se imaginan
sino que lo mueven y lo sostienen desde dentro, desde sus raíces.
¡Ser tod@ del Señor!
¡Guau! Sólo pensarlo produce vértigo y escalofrío. Sin embargo, como dirían
nuestros jóvenes, esto sí que es auténtico («top, top»), aspirar a la
«excelencia», a lo máximo, a vivir en el Señor. Ninguna de las obras de
misericordia corporales o espirituales que he ido desgranando semana tras
semana se pueden vivir o practicar si no hay realmente una intimidad con el
Señor. «Todo aquí abajo -afirmaba M. Blondel- se sostiene por arriba». En la
tierra no sólo existe lo que se puede ver o tocar. Si lográsemos adentrarnos en
nuestro interior, hacer silencio, abrir los ojos del corazón, vivir la vida
desde abajo y desde adentro, en toda su profundidad y trascendencia…
quedaríamos fascinados al descubrir cómo también nuestra vida pende de una
mirada divina, trascendente, sobrenatural que todo lo ilumina. Cada vez que
alzamos nuestra mirada o nuestra voz a Jesucristo, fuente de la misericordia,
experimentamos su presencia, su cercanía, su dulzura, su comprensión, su
paciencia, su perdón, su GRACIA… Es la llave que nos abre el corazón y lo torna
manso y humilde como el suyo.
Nunca como ahora me
he sentido tan afortunado al saber que cuento con una «patrulla» cualificada de
hombres y mujeres que piden a Dios por vosotros y por mí en la Diócesis. Rezar
diariamente los unos por los otros no es sólo una práctica saludable sino
necesaria. A mí ya es lo único que me consuela cuando no puedo corresponderos
personalmente con la prontitud que quisiera. Tened la certeza que cada mañana,
cuando beso el anillo pastoral, es mi primera caricia que le ofrezco al Señor
por cada uno. Y cuando presento al Señor la ofrenda del pan y del vino en la
Eucaristía, incluyo vuestro rostro y vuestro nombre. Os conecto con el Señor y
le presento todas vuestras inquietudes, preocupaciones, anhelos. Sois desde el
día 9 de diciembre de 2014, fecha en que el Prefecto de la Congregación de
Obispos me comunicó oficialmente que el Papa Francisco quería que fuera vuestro
«pastor», la mejor ofrenda de mi eucaristía diaria. Y en el memento de difuntos
le pido diariamente al Señor por cada uno de vuestros familiares, amigos,
vecinos, compañeros de trabajo que han fallecido para que sean nuestros mejores
intercesores y se transformen en estrellas luminosas que nos conduzcan hasta
Él.
Mi oración, como ya
os he compartido en alguna ocasión, es muy humilde y sencilla. Se reduce
frecuentemente a una respiración: Con la inspiración digo: ‘Jesús…’ y con la
expiración: ‘piedad’. O con más frecuencia: ‘Jesús…’, ‘gracias’. Según el color
de mi alma, multiplico la imploración o la acción de gracias. Así es como mi
oración se ha «reducido» y simplificado al máximo. Quizá tendría que hacerlo de
otra manera, pero encuentro tanta paz y fortaleza que me resisto a abandonarla…
Por otra parte, con esta vida tan ocupada que llevo, me permite, tan sólo
respirando, conectarme con Dios y con cada uno de vosotros.
Con mi afecto y
bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de
Barbastro-Monzón
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