«LA REVOLUCIÓN DE LA
TERNURA, SE LLAMA MISERICORDIA»
LA QUINTA OBRA ESPIRITUAL
DE MISERICORDIA
«Una sonrisa cada día» era
más que suficiente para que aquel anciano pudiera seguir viviendo. Hay
historias que te conmueven y que bien valen toda tu vida ministerial
(sacerdotal o episcopal). La historia, que a buen seguro os conmoverá a más de
alguno, la presencié en una residencia de ancianos. Había una sección de
infecciosos celosamente separada del resto por una reja. Dentro de aquel
recinto todo era rabia, desesperación, impotencia… Pero en medio de aquella
tragedia, llamaba la atención la sonrisa permanente de uno de los ancianos.
Vivía con ilusión y trataba a todos con gran dulzura. ¿Cuál era el misterio?
Todos los días, al punto de la mañana, se acercaba a la verja porque del otro
lado acudía una señora también anciana. La mujer no hablaba. Sólo le dirigía
una hermosa sonrisa. El anciano le respondía con otra sonrisa. Y luego cada uno
regresaba a su pabellón. Con aquella sonrisa podía aguantar hasta el día
siguiente. Era una especie de comunión diaria... Era su mujer. Antes, era ella
quien le curaba. Le ponía la pomada en la cara, dejando unos centímetros, para
poder darle un beso. “Cuando me trajeron al pabellón de los aislados, comenta,
no le permitieron estar conmigo. Su sonrisa diaria me sigue sosteniendo,
confortando, consolando. Sólo para ella me gusta seguir viviendo”. ¡Qué bien
sabe hacer Dios todas las cosas! y ¡con qué poco nos conformamos para sentirnos
reconfortados!
Perdonad mi osadía,
cofrades que integráis la sección de instrumentos, no guardéis vuestros
tambores. «Vendedle» (regaladle) a vuestro obispo, una hora de vuestro tiempo,
de vuestro ocio… Pasad por nuestras residencias de mayores, «perded» («ganad»)
una hora a la semana alegrándoles la vida. Quién sabe si vuestra sonrisa llegue
a hacer más ruido que vuestro bombo, vuestro tambor o vuestra corneta. Quién
sabe, si a la postre, serán ellos mismos quienes os devuelvan la alegría, la
autenticidad, la libertad o la misma VIDA.
La medalla que con tanto
orgullo colgáis de vuestro cuello, simboliza el «PASO» que cargáis sobre los
hombros. Es el rostro vivo de Jesús en aquellos que están solos. Coged vuestra
medalla entre las manos. Miradla. Estrechadla en vuestro pecho. Experimentad
conmovidos la alegría que engendra vuestra entrega generosa. No la recojáis en
todo el año. No la guardéis con vuestra túnica. Dejadla en la mesilla.
Escucharéis sorprendidos cada noche cómo resuena en silencio vuestro bombo,
vuestro tambor o vuestra corneta. Sed auténticos. Sed valientes. No tengáis
miedo. Atreveos, como Jesús, a ponerle rostro a los sin rostro, a ser bálsamo
de Dios para sus vidas. Al terminar cada día la jornada, repasad, evocad a
cuántos ha besado Dios por medio de vuestros labios. De cuántos habéis sido su
caricia. Sólo así perpetuaréis la PASCUA cada día. Y antes de cerrar vuestros
ojos, cada noche, elevad lentamente a Dios esta plegaria que condensa la
esencia de toda la vida: GLORIA AL PADRE. GLORIA AL HIJO. GLORIA AL ESPÍRITU
SANTO…!!! como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los
siglos. AMEN.
Verás cómo no os vais a
arrepentir. No dejéis muerto al Señor en vuestras vidas. Id más allá del
Viernes Santo. Abrazad su cruz. Traspasadle vuestras «llagas». Aguardad la
aurora de la pascua. Entenderéis entonces que vuestro dolor, sacrificio, cruz y
muerte no habrán sido en vano, sino únicamente el pórtico inevitable que os
abrirá un día las puertas de la gloria.
Con
mi afecto y bendición.
Ángel
Pérez Pueyo
Obispo
de Barbastro-Monzón
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