Con emoción contenida
quisiera felicitar a través de estas líneas a cada uno de los niños y niñas de
nuestra Diócesis que durante este mes de mayo recibirán sacramentalmente por
primera vez a Jesucristo en la Eucaristía.
Todavía recuerdo mi
primera comunión como uno de los momentos más significativos de mi vida. Desde
aquel día siempre tuve un hueco en la mesa de los mayores ¡Toda una hazaña,
para un crío de siete años!
¡Me conmueve comprobar cómo en los niños el
MISTERIO EUCARÍSTICO se hace nítido y visible porque logran ver a Dios con los
«ojos del corazón» y sienten un verdadero anhelo de COMUNIÓN con Aquel que sabe
que los creó por amor! Lo viven como si Jesús estuviera jugando al «escondite»
con ellos. A través de la Eucaristía, Jesús se oculta en el corazón de cada
uno. Son los demás quienes tienen que descubrirlo a través del testimonio de su
vida, de su bondad, humildad, generosidad, laboriosidad, de su amor y entrega a
los demás... Un MISTERIO que está sólo al alcance de quienes aciertan a vivir
la vida no sólo con la ingenuidad de un niño sino también como un verdadero
regalo de Dios.
¡Qué privilegio poder
decir como san Pablo que «no soy yo sino que es Jesucristo quien vive en mí»!
De esta forma tan sencilla y tan sublime, los demás pueden descubrir que
quienes me ven a mí, a quien debieran ver realmente es a Jesús y que quienes me
oyen a mí, a quien debieran oír realmente es a Jesús… Sólo así unos y otros
llegarán a descubrir que son TODO del Señor, que es Jesucristo quien realmente
mueve y sostiene sus vidas.
Ojalá cuando comulguen por
segunda, tercera, quinta, milésima vez, sus manos o sus labios se constituyan
en el mejor «altar» de Jesús, su corazón en el mejor «sagrario» y toda su vida
en el mejor «templo» para que con su ejemplo puedan mostrar (desvelar) a Jesús,
su amigo del alma, especialmente a sus padres, hermanos, abuelos y familiares;
a sus profesores, catequistas y curas de la parroquia; a sus compañeros de
clase, a sus vecinos y a sus mejores amigos. Lo mismo le sucedió a la Virgen
María. Ella llevó nueve meses a Jesús en sus entrañas. Fue el primer «sagrario»
de Dios en el mundo.
Todavía recuerdo, de
aquellos años, un par de gestos cómplices que mis padres tuvieron con mi
hermana y conmigo. Cada noche, al terminar el telediario, mi madre nos cogía en
brazos y nos llevaba a la cama. Allí, antes de despedirnos con un beso, nos
enseñaba a santiguarnos y a pedirle a la mamá de Jesús que nos ayudara y
protegiera. Y rezaba con nosotros la Salve. Costumbre que todavía conservo si
no me duermo respondiendo los whatsaps o los emails pendientes.
Permitidme que en este mes
de mayo ofrezca este hermoso poema de Unamuno a todas aquellas madres que
todavía mantienen este elocuente gesto con sus hijos:
Madre, llévame a la cama./
Madre, llévame a la cama,/ que no me tengo de pie./ Ven, hijo, Dios te bendiga/
y no te dejes caer. No te vayas de mi lado,/ cántame el cantar aquél./ Me lo
cantaba mi madre;/ de mocita lo olvidé,/ cuando te apreté a mis pechos/ contigo
lo recordé. ¿Qué dice el cantar, mi madre,/ qué dice el cantar aquél?/ No dice,
hijo mío, reza,/ reza palabras de miel;/ reza palabras de ensueño/ que nada
dicen sin él. ¿Estás aquí, madre mía?/ porque no te logro ver.../ Estoy aquí,
con tu sueño;/ duerme, hijo mío, con fe.
El otro gesto se repetía
cada domingo. Antes de ir a misa y a la catequesis con mis padres, esperábamos
a que mi madre se levantara a preparar el desayuno para ir a acostarnos con mi
padre y escuchar el cuento (el relato novelado del evangelio del domingo) que
siempre tenía preparado… y tomar todos juntos en la cama, chocolate con
fullatre (torta típica de Ejea).
¡El alma infantil se va
tejiendo y conformando, como podéis ver, con signos pequeños… que te van
curtiendo y que te sostienen cuando te llegan las adversidades!
Con
mi afecto y bendición.
Ángel
Pérez Pueyo
Obispo
de Barbastro-Monzón
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