jueves, 26 de mayo de 2016

«Vivid en el asombro eucarístico. Contempladlo»




La fiesta del Corpus Christi surge a mediados del siglo XIII, en el año 1264, en Lieja, y se extiende por voluntad del Papa Urbano IV a la Iglesia universal. La celebración litúrgica alcanza su máxima expresión cuando comienza a introducirse la procesión del Santísimo con la participación de todo el pueblo. De tal manera que esta procesión asumió un carácter solemne de manifestación de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, de adoración pública del Señor.
San Agustín es probablemente entre los Santos Padres de la Iglesia quien expresó de forma más precisa y profunda el vínculo que existe entre la Eucaristía y la Iglesia. La Eucaristía engendra y genera que el mandamiento del amor sea vinculante para los discípulos de Cristo. Quienes nos alimentamos de Cristo, hemos de hacer las obras de Cristo, y hemos de dar y vivir con el amor de Cristo. Si no vivimos en este amor, si no lo mostramos en obras y palabras, ofendemos la Eucaristía. Es en ella y desde ella donde engendramos un nuevo tipo de relaciones entre los hombres, las que nacen de la comunión con Cristo. Por eso, os invito, en el día del Corpus Christi, a vivir la procesión que se hace en todas las iglesias particulares: «Miradlo, contempladlo: crea y educa para la comunión». Y así entendemos las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. […] El que me come vivirá por mí» (Jn 6, 56-57). La comunión con Nuestro Señor Jesucristo cura heridas, rupturas, enfrentamientos y nos lleva siempre a buscar el encuentro con el otro. Así lo hizo nuestro Maestro.
La encíclica Ecclesia de Eucharistía (17 abril, 2003), en el capítulo cuarto, “Eucaristía y comunión eclesial”, nos recuerda que no podemos olvidar lo que san Pablo decía a los Corintios, cuando les mostraba el gran contraste que existía entre sus divisiones y enfrentamientos y lo que celebraban en la Cena del Señor. San Agustín lleva al culmen estas enseñanzas que nacen de la Cena del Señor, y de la reflexión que hace san Pablo. Dirá así: si los cristianos somos el cuerpo de Cristo y somos sus miembros, entonces, cuando el Señor está realmente presente en el altar, sobre la mesa, allí está el misterio que somos nosotros mismos. Somos uno en Cristo, los miembros no pueden separarse de la Cabeza. De ahí que la conclusión sea clara: hemos sido consagrados para la unidad y la paz, para recrear y educar en la comunión a todos los que nos encontremos en la vida. Si hacemos lo contrario, estamos negando lo que somos y negando a Cristo. Por eso es una gracia para la Iglesia esta fiesta del Corpus Christi: saliendo el Señor por las calles, nosotros los cristianos, podemos mirarlo, contemplarlo, y en esa actitud se crea en nuestra vida una nueva manera de vivir y se convierte en una escuela para la comunión.
La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta expresión encierra en sí misma, y en una síntesis perfecta, el núcleo del misterio de la Iglesia. De ahí que el Concilio Vaticano II proclamase el Sacrificio eucarístico diciendo que es «fuente y cima de toda la vida cristiana» (LG 11). La fiesta del Corpus Christi quiere suscitar en los cristianos y en quienes ven el paso del Señor, lo que podemos llamar el asombro eucarístico. Pido al Señor, que se suscite en todos el asombro eucarístico, que en definitiva es la invitación a que contemplemos el rostro de Cristo. Ahora que la humanidad padece la enfermedad de las tres D, de la que os he hablado en otras ocasiones, pues desconoce su rostro, desconoce su meta y la desesperanza se establece en su vida, os invito a que contemplemos a Cristo. Él es Fuente de Misericordia. Los hombres estamos necesitados de saciar nuestra sed en esa Fuente. La humanidad para renovarse desde dentro necesita de esta agua viva.
La Eucaristía es el corazón de la Iglesia. En la Eucaristía, nos hace cuerpo suyo. Recuerdo unas palabras del Papa Francisco: «La Eucaristía es el sacramento de la comunión; nos lleva del anonimato a la comunión, a la comunidad […] nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él». La Última Cena es para Jesús un momento cumbre, muy esperado y anhelado por Él. Es la hora suprema y definitiva de su existencia terrena. Se puede ver el acto con que Jesús, al instituir la Eucaristía, manifiesta en un denso resumen sus intenciones respecto a la Iglesia. El Pueblo de la Alianza Antigua había surgido con los acontecimientos del Éxodo. Todos los años, los judíos hacían memoria solemne de esos acontecimientos fundadores en la celebración de la Pascua. La Última Cena se dibuja como el acontecimiento fontal de la Iglesia. Es la fuente de la Iglesia. Es la memoria actualizada de la Alianza Nueva y definitiva que reúne al Israel de los últimos tiempos. El Pueblo reunido por la Cena del Señor es signo para todos en la historia del presente y del futuro de la promesa de Dios.
En la Eucaristía recibimos el don de sí mismo de Jesucristo ¡Qué grato resulta a los discípulos de Cristo tomar conciencia, cada día más viva, de que la Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, y no solamente como un don, sino como el don por excelencia, ya que es el don de sí mismo, de su persona, de su humanidad santa, de su obra salvadora! La Eucaristía muestra de una manera palpable el amor del Señor que llega hasta el extremo, pues es un amor que no conoce medida. Míralo, contémplalo. Haz el gran descubrimiento de lo que engendra en tu vida, pues crea una manera de vivir y educa para una manera de estar con los hombres.
Contemplar al Señor en el Misterio de la Eucaristía, su presencia real, dar culto a la Eucaristía fuera de la Misa, es un privilegio para aprender el arte de la oración. En la fiesta del Corpus Christi se quiere resaltar el culto que se da a la Eucaristía, también fuera de la Misa. Es extraordinario estar con el Señor, palpar el infinito amor de su corazón en el culto eucarístico, particularmente con la exposición y adoración del Santísimo Sacramento. El Papa san Juan Pablo II nos dijo en la carta apostólica Novo millennio ineunte que el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo, sobre todo, por al arte de la oración, por ser un pueblo de diálogo permanente con Dios. Es verdad que la oración se puede hacer de muchas maneras. Pero, ¿cómo no sentir necesidad de largos ratos de conversación y de adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente realmente en el Santísimo Sacramento? Un cristiano que quiere anunciar al Señor y ser testigo suyo, tiene que contemplar el rostro de Cristo para no ser testigo falso, y decir y hablar de quien desconoce.
Para un cristiano que celebra y adora la Eucaristía, nada de rupturas, divisiones, cerrazones en las relaciones y la convivencia social, cultural, económica o política. La Eucaristía nos compromete de lleno al servicio, al testimonio y a la solidaridad con los hermanos, es decir, a la vivencia del mandamiento del amor nuevo: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado». Por eso, en este día del Corpus Christi se nos recuerda a través de la organización de Cáritas, que el sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos. Hay que dar de lo que nos alimentamos y contemplamos.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Osoro,
Arzobispo de Madrid


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