El Papa
Francisco es consciente de que la situación de la familia en el momento actual
es de una gran fragilidad. Si el pecado y sus efectos impregnan todas las
realidades humanas, esto se vive especialmente en el ámbito de la vida
familiar. Las rupturas, con todo el sufrimiento que conllevan, y una cierta
cultura “que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están
privados de futuro”, o que “concede a muchos otros tantas oportunidades que
también ellos se ven disuadidos de formar una familia” (nº 40), están creando
nuevos hábitos de vida y transformando lo valores de nuestra sociedad. Junto a
esto, otros hechos como las situaciones de penuria económica, una mentalidad
que no valora positivamente la vida, la falta de trabajo o las heridas que
provocan en las familias fenómenos como el uso de las drogas, etc… constituyen
un desafío para la Iglesia y para nuestra sociedad.
Ante tanta herida el Papa
nos invita a no ceder a la tentación del fariseísmo que divide el mundo en
buenos y malos y que lleva al juicio y a la condena de aquellos que no viven en
una situación considerada como “regular”. Todos hemos de reconocer con humildad
que incluso en las familias “normales” pueden existir problemas, y ser
conscientes de que si no los hay pueden aparecer. La condena no es nunca camino
para la fe ni para la evangelización. Además de no juzgar ni condenar, el Papa
nos invita a mostrar siempre una actitud de positiva acogida hacia todos. Esta actitud
está expresada en tres palabras: “acompañar, discernir e integrar” (nn. 291ss)
a quienes están en estas situaciones de fragilidad.
Esto implica una mirada de
amor hacia quienes viven en estas situaciones; reconocer que muchas veces son
víctimas de circunstancias que no han buscado; aceptar que incluso en esas
duras realidades se pueden encontrar valores positivos; no afirmar nunca que
son “pecadores” ni tratarlos como si no estuvieran llamados a la salvación;
ayudarles a que en no pierdan la paz en el corazón ni la esperanza en Dios;
acogerlos en la comunidad eclesial de tal modo que reciban los dones de
salvación que Dios ofrece a través de la Iglesia como un regalo, y no los
exijan como un derecho; tratar a todos de modo que nadie se sienta excluidos de
la Iglesia; ofrecerles la posibilidad de realizar aquellos servicios eclesiales
que puedan hacer bien a los demás; buscar con ellos caminos para que su corazón
se alimente de la Palabra de Dios y se mantenga vivo en él el deseo de ir
creciendo en amistad con Dios y en la vocación a la santidad, que es el ideal
de todo bautizado al que todo estado de vida en la Iglesia (también el
matrimonio) debe tender.
La
esperanza en la misericordia de Dios para todos nos lleva a no condenar a
ninguna persona por su situación, porque nadie puede estar seguro de su propio
estado de gracia; a no perder la confianza en que Dios buscará y encontrará
caminos de salvación para todos nosotros ofreciéndonos su perdón; y a
mostrarnos comprensivos con todas las debilidades humanas (Veritatis Splendor, 104), de las cuales ninguno tenemos
la seguridad de liberarnos, sin que ello implique considerarlas como algo
positivo.
Que esta exhortación sea
una palabra esperanzadora para todos aquellos que pasan por momentos de
dificultad.
+ Enrique
Benavent Vidal
Obispo de
Tortosa
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