lunes, 6 de junio de 2016

Amoris Laetitia (y III): un canto a la Misericordia


 El Papa Francisco es consciente de que la situación de la familia en el momento actual es de una gran fragilidad. Si el pecado y sus efectos impregnan todas las realidades humanas, esto se vive especialmente en el ámbito de la vida familiar. Las rupturas, con todo el sufrimiento que conllevan, y una cierta cultura “que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de futuro”, o que “concede a muchos otros tantas oportunidades que también ellos se ven disuadidos de formar una familia” (nº 40), están creando nuevos hábitos de vida y transformando lo valores de nuestra sociedad. Junto a esto, otros hechos como las situaciones de penuria económica, una mentalidad que no valora positivamente la vida, la falta de trabajo o las heridas que provocan en las familias fenómenos como el uso de las drogas, etc… constituyen un desafío para la Iglesia y para nuestra sociedad.

Ante tanta herida el Papa nos invita a no ceder a la tentación del fariseísmo que divide el mundo en buenos y malos y que lleva al juicio y a la condena de aquellos que no viven en una situación considerada como “regular”. Todos hemos de reconocer con humildad que incluso en las familias “normales” pueden existir problemas, y ser conscientes de que si no los hay pueden aparecer. La condena no es nunca camino para la fe ni para la evangelización. Además de no juzgar ni condenar, el Papa nos invita a mostrar siempre una actitud de positiva acogida hacia todos. Esta actitud está expresada en tres palabras: “acompañar, discernir e integrar” (nn. 291ss) a quienes están en estas situaciones de fragilidad.
Esto implica una mirada de amor hacia quienes viven en estas situaciones; reconocer que muchas veces son víctimas de circunstancias que no han buscado; aceptar que incluso en esas duras realidades se pueden encontrar valores positivos; no afirmar nunca que son “pecadores” ni tratarlos como si no estuvieran llamados a la salvación; ayudarles a que en no pierdan la paz en el corazón ni la esperanza en Dios; acogerlos en la comunidad eclesial de tal modo que reciban los dones de salvación que Dios ofrece a través de la Iglesia como un regalo, y no los exijan como un derecho; tratar a todos de modo que nadie se sienta excluidos de la Iglesia; ofrecerles la posibilidad de realizar aquellos servicios eclesiales que puedan hacer bien a los demás; buscar con ellos caminos para que su corazón se alimente de la Palabra de Dios y se mantenga vivo en él el deseo de ir creciendo en amistad con Dios y en la vocación a la santidad, que es el ideal de todo bautizado al que todo estado de vida en la Iglesia (también el matrimonio) debe tender.
La esperanza en la misericordia de Dios para todos nos lleva a no condenar a ninguna persona por su situación, porque nadie puede estar seguro de su propio estado de gracia; a no perder la confianza en que Dios buscará y encontrará caminos de salvación para todos nosotros ofreciéndonos su perdón; y a mostrarnos comprensivos con todas las debilidades humanas (Veritatis Splendor, 104), de las cuales ninguno tenemos la seguridad de liberarnos, sin que ello implique considerarlas como algo positivo.

Que esta exhortación sea una palabra esperanzadora para todos aquellos que pasan por momentos de dificultad.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa


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