Me acuerdo de aquel día donde estábamos
tú y yo, era el Edén. Nos dijeron que no nos acercáramos al árbol dichoso y…
¡Jopé, menudo mercadillo se ha montado a su alrededor! Yo es que no lo
entiendo, nos avisan, nos dicen que ni una “manzana” más, que su sabor es dulce
pero envenena y a pesar del “antídoto” que nos ponen… ¡Hala! en tropel a por
“manzanas”…
Parece como si todo nos diera igual y
en verdad no es así, pero ¡madre mía con los cestorros! Yo tengo al cura
agotado y aunque las devuelva, siempre el árbol me mira, me succiona y oigo: “Anda toma esta otra manzana, rica rica, no
pasa nada” y allá que me planto…
Dios no se ríe, está hasta el gorro de
avisar; un día se va a enfadar y ¡Una de
Apocalipsis, por favor!... ¡Oído cocinaaaaa! (los ángeles).
Aunque nos parezca increíble, es real. NO
obedecemos así arruinemos nuestra vida, pues la causa de tanto mal, es la ausencia
de Dios en multitud de almas. Yo Le Bendigo por su presencia en la mía y, a
cambio me ofrece su infinita Misericordia, pero ¡Ay! de los que no crean en
ella ni en Dios. ¡Terrorífico el número de almas que no verán el cielo jamás!
Hagamos un Edén donde demostremos con
nuestra libertad, que ya nos pueden poner miles de árboles “preciosos y atrayentes”, que pasamos de ellos con orgullo para
vivir en paz a la sombra de los señalados, pues no sólo nos los indicó Dios,
después lo hizo Jesús y hasta hoy, el Espíritu Santo en la casa de Dios.
Ojalá pudiera escribir un texto que dijera “Hemos cambiado”.
Emma Díez Lobo
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