Cuentan que un señor
se encontró con su vecino arrodillado en la escalera.
“¿Qué haces?”, le
preguntó sorprendido:
“Buscando las llaves”.
Arrodillados los dos
prosiguieron la búsqueda infructuosamente.
“Pero, ¿dónde las
perdiste?”, comentó el vecino.
“En casa”.
“¡Bendito sea Dios!
¿Por qué las buscas entonces aquí?”
“Porque aquí hay más luz”, le replicó
ingenuamente.
Lo
mismo nos ocurre a los seres humanos cuando hemos prescindido o perdido a Dios
en nuestra vida. De nada nos vale, aunque haya más luz en la calle o en el
templo, si donde lo perdimos realmente hace años fue en nuestro corazón. Vuelve
a tu casa. Encontrarás las llaves que te permiten abrir la puerta de tu
corazón. Te sorprenderá descubrir que en él todavía está ese «TÚ» en «TÍ»,
esperándote pacientemente. Se trata de ese «Otro Corazón», el de Jesús, que
sigue latiendo en el tuyo, aunque ni lo notes ni los sepas, porque nunca,
nunca, nunca… te olvidó ni te abandonó.
Me
emociona comprobar cómo el «Corazón de Jesús» sigue siendo muy amado por
nuestro pueblo sencillo. A través de esta tradición, los hijos del Alto Aragón,
han sabido expresar con hondura y autenticidad, al igual que tantos místicos o
teólogos a lo largo de la historia, el símbolo genuino de la fe, el misterio
profundo de la encarnación y de la redención.
A
su manera, descubren que desde el horizonte infinito de su amor, Dios ha
querido entrar en los límites de la historia, tomando un cuerpo y un corazón,
para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio
invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús.
Toda
persona necesita tener un «centro» en su vida, un manantial de verdad y de
bondad al que recurrir ante las contrariedades que la vida le depara.
Necesitamos buscar las «llaves» en casa, las que nos permitan abrir nuestro
corazón y reencontrarnos con Aquel que nunca dejó de estar en él.
Cada uno de nosotros, cuando se detiene en
silencio, necesita sentir no sólo el palpitar de su corazón, sino, de manera
más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que se puede percibir con
los sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real y auténtica: la
presencia misma de Cristo, corazón del mundo.
Junto
al Sagrado Corazón de Jesús os invito también a adentraros en el Corazón
Inmaculado de María. Encomendarnos a María es garantía de éxito porque siempre
nos remite a Cristo.
Termino
estas líneas, -como hiciera el Papa Juan Pablo II en la catedral de Delhi en
1986-, consagrando nuestra Diócesis y a todos sus hijos al Sagrado Corazón de
Jesús: Señor Jesucristo, Redentor del género humano, nos dirigimos a tu
Sacratísimo Corazón con humildad y confianza. Te damos gracias por lo que eres
y haces por esta pequeña grey esparcida por el Somontano, el Sobrarbe y la
Ribagorza, el Bajo Cinca, el Cinca Medio y la Litera. Señor Jesucristo, Hijo de
Dios Vivo, te alabamos por el amor que has revelado a través de tu Sagrado
Corazón, que fue traspasado por nosotros y ha llegado a ser fuente de nuestra
alegría, manantial de vida eterna. Al consagrarnos a Ti, los hijos del Alto
Aragón queremos renovar nuestro deseo de corresponder con amor a tu
misericordia. Señor Jesucristo, Fuente del amor y Príncipe de la paz, reina en
nuestros corazones y en nuestros hogares. ¡Que todos proclamemos y demos gloria
a Ti, al Padre y al Espíritu Santo, único Dios que vive y reina por los siglos
de los siglos! Amén
Con mi afecto y
bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de
Barbastro-Monzón
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