Hace más
de cuarenta y cinco años que guardo, en mi en uno de mis libros un “tesoro”, la
postal que una preciosa joven me envió, después de un campamento de verano.
Jamás la volví a ver, pero su presencia aún me acompaña en algunos momentos.
En
aquellos tiempos había jóvenes y adolescentes muy majos, igual que ahora, los
tiempos no han cambiado tanto. Pero aún se escribían cartas y postales a
mano. Nunca tiré aquella postal porque algún hilo mágico la ancló a mi
interior. La última vez que la encontré revisando mis libros, me di cuenta de
que voy camino de conseguir lo que aquella joven me escribió.
“Derrama flores por dondequiera que vayas,
porque ya no volverás a pasar por el mismo sitio”, dice
aquella añeja postal. Es ciertamente un lema atemporal porque la verdad y la
belleza no caducan. Pero es un mensaje que, en nuestra actualidad, recobra
urgencia y sentido.
“Derrama
flores”. No derrames odio, ni amargura, ni rencor, ni prisas desmesuradas, ni
prepotencias, ni malos modos. No derrames gritos, no ejerzas abuso de poder, ni
siembres culpabilidad, juicio o condena, que dejen sin aliento al que nunca
reclamó tan cruel sinceridad.
No
siembres maltrato al mundo, ni a sus habitantes, sea cual sea su raza o
condición. Ni abuses de los recursos naturales, ni arrimes el hombro a las
causas de muerte. Nunca abuses del pobre, ni le mengües lo poco que le queda.
No maltrates de palabra ni de obra.
“Derrama
flores” siempre, siempre. Siembra y regala flores a tu paso. Derrama actos de
bondad sobre este mundo herido, regala la bondadosa obra de tus manos, colorea
con tu mejor hacer, ejerce todas tus capacidades para que nada se pierda.
Di una
palabra de aliento al que necesita consuelo, también al que necesita estímulo y
comprensión. Y si necesita más de una palabra, regálale un discurso completo.
Dale tu tiempo y atención. Y regala tu suave presencia al que no pide, ni
necesita, palabras ni discursos. Bríndale tu gesto de cercanía y mírale con los
ojos del corazón. Permanece firme con el que tiene que enfrentarse a la
prepotencia de la injustica, uno más uno suman mucho más que dos.
El bien
tiene mil formas y colores. Hay que ponerlos todos en práctica para que no se
diluyan. En este mundo nuestro pronto habrá que reinventar nuevos quehaceres
para suplir los que se pierden. Nombrar a la mayor urgencia “cuidadores de palabras”
para que no caigan en extinción las más valiosas. He aquí algunas que ya son
verdaderas flores exóticas: ternura, compasión, misericordia, esperanza,
cordialidad, humildad, bondad, sabiduría, paciencia, sosiego, responsabilidad,
respeto, alegría, bien común… ¡Es imprescindible mantenerlas en uso!
“Derrama
flores”, siembra lo que eres y lo que tienes para que fructifique y se
propague. Y hazlo “por dondequiera que vayas”. No solo en tu casa y con los
tuyos, no solo con los que son de tu cuerda y están a tu favor.
Llena los
caminos de tu vida de colores que perduren. En la cola del autobús, en el
supermercado o en la puerta del colegio. Con los que te dan información o te la
piden, con los que necesitan de tu buen hacer profesional. En el trabajo en el
que desgranas tantas horas, en la Residencia de la mamá anciana, con ella y con
sus compañeros de rosario o dominó. Pon tu mejor ser y hacer en todo lo que
tocas para que tus pasos no pisen ni hieran al caminante, sino que planchen
caminos.
Hay bien
pocos momentos extraordinarios en una vida. Algunos nacimientos, algunas
muertes, el inicio o la culminación de un proyecto profesional, alguna
enfermedad superada… Apenas unos días en la vida de una persona que se
enfrentará normalmente a miles de horas de rutina. Por eso es imprescindible
entender a fondo el extraordinario milagro que es la cotidianidad. Vivir “vivo”
es un milagro y lo es en cada momento de nuestra vida. Es necesario educar el
corazón y los sentidos para no convertir lo cotidiano en anodino.
“Porque
no volverás a pasar por el mismo sitio”, como la corriente del huidizo río. ¡Lo
sabemos! Cada momento es único e irrepetible. Cada instante vivido con una
persona es señero y original. Mañana tendremos otros, también nuevos, nunca
iguales. Hay que velar para que los instantes no se vayan vacíos. No podemos
permitirnos bostezar a la vida, ni vegetar con encefalograma plano, por muchas
guindillas con que queramos engañar al cuerpo.
La vida
nos da cada día una nueva oportunidad de pasar el examen, e incluso nos permite
utilizar “chuletas” para superarlo. Pero pasamos demasiado tiempo adormilados,
distraídos, auto agredidos, perdidos, casi muertos, como artificiales
autómatas. Es importantísimo aprender pronto a vivir de verdad porque nuestro
tiempo es muy corto. Los humanos vivimos cargados con el “virus del reloj” que
nos va matando imperceptiblemente. ¡Cómo nos duele -cuando nos damos cuenta- lo
que dejamos a medio hacer, lo que no sembramos o no recogimos!
Hay
momentos que jamás deberían pasarse de puntillas. El irrepetible tiempo del
noviazgo, la educación de los hijos, el descubrimiento y progreso interior, la
ancianidad de los padres con fecha cierta de caducidad, las enfermedades y los
momentos de hospital.
No se
pueden dejar al viento el don de los amigos, las relaciones que te reavivan o
confortan, las sorpresas inesperadas del recodo del camino… Todo eso conforma
el álbum de fotos de nuestro corazón.
Por eso
hay que vivirlos bien conscientes, asentados en nuestra roca interior,
exprimiendo las enseñanzas que enriquecen nuestra experiencia. No podemos pasar
como un tren, arrastrados y sin dejar huellas exteriores ni interiores. Hay que
aprender a caminar la vida y beberla como el mejor de los vinos.
“Derrama
flores por dondequiera que vayas, porque ya no volverás a pasar por el mismo
sitio”, dice la postal que me regaló aquella joven. Es curioso cómo, poco a
poco, esa frase se ha ido convirtiendo en uno de los ejes de mi vida. Sin
saberlo, aquella mujer casi niña me sigue regalando flores porque su mensaje
-bien regado- creció en mi corazón. ¡Ojalá que ella, tú y yo, sigamos sembrando
nuestro entorno de colores!
Juan
Jáuregui
Gracias por compartir
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