Señor, qué
claros son tus razonamientos. La enseñanza que se desprende del evangelio de
hoy lo deja clarísimo: hay una estrecha relación entre el perdón y el amor.
Como los
fariseos, se consideraban muy cercanos a la religión, esa cercanía les
autorizaba a tomarla con familiaridad, a manosearla sin llegar a profundizar, a
saltarse las reglas sin cargo de conciencia, a actuar solamente de forma
externa, pero lejos de su corazón. El anfitrión no te dio agua para lavarte los
pies, ni el ósculo de saludo, ni te ungió con ungüento, como era la costumbre
entre los judíos. Sin embargo se escandalizó de que una pecadora lavara con sus
lágrimas de arrepentimiento, secara con su cabello y perfumara tus pies. Como
siempre tus palabras ponen lucidez y con la corta pero profunda parábola dejas
muy claro que el perdón arrastra al amor.
Quizá me pase a
mí como al fariseo que te invitó a comer. Me he sentido, desde pequeño, cercano
a ti; te he tratado con familiaridad en mis años jóvenes, mis estudios en el
Seminario me hicieron estar cerca de ti; después seguía siendo más o menos
cumplidor de tus mandamientos; ahora de mayor, con el peso que da la
experiencia, sigo tratándote amistosamente. Pero quizá y precisamente por esto,
confunda la amistad con la falta de agradecimiento, sea un tanto superficial,
me pase en esa confianza con la que me has obsequiado y no acabe de darte y
entregarme con la fuerza y generosidad que tu quieres y que, evidentemente, te
mereces.
A los amigos,
por ese trato frecuente, por ese darles lo que ellos en otras ocasiones me ha
dado o devuelto, por ese roce casi diario, por esa confianza mutua, a veces los
haya podido o me hayan podido tratar con falta de delicadeza y no lo hemos
tomado en cuenta porque tal vez ni hayamos reparado en tal mala educación.
Pero contigo,
Señor, es otra cosa, nadie ha hecho por mí lo que tú realizaste: morir en una
cruz para salvarme eternamente y por ende perdonar todas mis muchas ofensas.
Por lo que nunca llegaré a amarte lo suficiente, ni agradecértelo suficiente.
De ahí mi parecido con el fariseo y la falta de correspondencia de mi amor con
tu perdón. Me perdonaste todo y eternamente, pero es evidente que mi devolución
de amor no se corresponde.
Gracias, Señor,
por no reprochármelo ni tomármelo en cuenta, sigues ahí esperándome con tus
brazos abiertos.
Pedro
José Martínez Caparrós
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