Los cristianos también nos
cuestionamos cómo afrontar la crisis global o el «cambio de época» que nos está
tocando vivir. Nuestra respuesta sigue siendo el humanismo inspirado en los
valores del Reino que nos dejó Jesús de Nazaret. Su modo de ser y de actuar,
siempre fresco, nos ayuda a ser más libres, auténticos, felices y fecundos. Es
lo que realmente continúa llenando de sentido y de plenitud la vida de
tantísimas personas.
Basta con que nos preguntemos ¿qué nos está
pasando?, ¿por qué con los ingentes recursos que tenemos se produce tanta
injusticia, tantos empobrecidos, tantos excluidos?, ¿por qué resulta tan
difícil respetar la dignidad del ser humano?... para que nos percatemos, sin
engaños ni falacias, de que la verdadera crisis que aqueja a la humanidad en el
siglo XXI es antropológica, es decir, del modelo de hombre y de mujer que
subyace. Es la advertencia profética que nos viene haciendo el Papa Francisco.
La economía, que debería
estar al servicio del hombre, se ha constituido en el criterio último desde
donde se organiza toda la vida social y cultural y esto ha producido una crisis
económica que está generando unas consecuencias muy graves:
Pensemos, por ejemplo, en
el trabajo. Se había logrado que fuera un bien y un derecho de todo ser humano
pero hoy se organiza en función de la máxima rentabilidad. El resultado, como
nos ha advertido el Papa Francisco, es el descarte, la explotación, la
injusticia, el incremento de empobrecidos. Convierte a la persona en mercancía,
negando su dignidad como persona y deformando la humanidad. La vida social se
organiza en función de la producción y del consumo y esto conlleva una
deformación social que obliga a las personas y a las familias a adaptarse y
someterse al sistema.
La cultura también se ha
deformado dificultando nuestra realización personal. Para poder impulsar el
sistema de producción y consumo, esta cultura «fabrica» personas adaptadas a su
funcionamiento. Emerge, así, una cultura economicista: individualista y
hedonista.
¡Buenos sí, pero no ingenuos! ¡Que no te vivan
la vida! La matriz cultural de nuestra sociedad, lo reconozcamos o no, es de
productores y consumidores. La cultura que nos ofrecen constituye un proyecto
de realización y felicidad humana que nos deshumaniza. Los rasgos que definen
esta cultura son el individualismo, el hedonismo, el consumismo, el relativismo
y el subjetivismo. La consecuencia práctica es que ha emergido en la humanidad
un ferviente secularismo, que no sólo nos insta a vivir como si Dios no
existiera sino también a vivir sin los demás. Te dejan perdido en la «jungla»,
a merced de tu propio interés y capricho.
Creo que los cristianos,
aunque para muchos resulten arcaicos o molestos, tienen otra propuesta de
realización y de felicidad humana. Más allá de los errores que a lo largo de la
historia se hayan podido cometer, considero que otra forma de sentir, pensar y
actuar es posible. Los rasgos fundamentales de este modo de vivir son, entre otros,
la libertad (que todo el mundo esgrime hasta que alguien afronta cualquier
temática religiosa y entonces se vuelven intolerantes), la comunión (buscar el
bien común, el interés de los demás es lo que más nos humaniza), el servicio a
los más desfavorecidos, la dignidad de la persona, la fraternidad (formamos
parte de un proyecto común fascinante)… que constituyen la vocación propia de
todo ser humano. Vivir para el otro, consciente de que no es mi competidor sino
mi hermano, que me complementa y me plenifica cuando le tiendo la mano.
Ruego al Señor, como pedía
el Papa Francisco, que nos regale políticos a quienes les duela de verdad la
sociedad, el pueblo, la vida de los pobres. Que vivan la política como una
altísima vocación de servicio a todos ya que es una de las formas más preciosas
de la caridad.
Con
mi afecto y bendición
Ángel
Pérez Pueyo
Obispo
de Barbastro-Monzón
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