Yo soy el buen Pastor. Es evidente que el oficio de pastor
compete a Cristo, pues, de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado
por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles espiritualmente y también con
su cuerpo y su sangre. -dice el Apóstol-, pero ahora habéis vuelto al
pastor y guardián de vuestras vidas.
Pero ya que Cristo, por una parte, afirma que el
pastor entra por la puerta y, en otro lugar, dice que él es la puerta, y aquí
añade que él es el pastor, debe concluirse, de todo ello, que Cristo entra por
sí mismo. Y es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí
mismo, y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él,
pues es por él que alcanzamos la felicidad.
Pero, fíjate bien: nadie que no sea él es puerta,
porque, nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación:
No era él -es decir, Juan Bautista- la luz, sino testigo
de la luz. De Cristo, en cambio, se dice: Era la luz
verdadera, que alumbra a todo hombre. Por ello, de nadie puede decirse
que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en
cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros:
por ello, Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y
son pastores todos los buenos obispos. Os daré -dice la
Escritura-pastores a mi gusto. Pero, aunque los prelados de la
Iglesia, que también son hijos, sean todos llamados pastores, sin embargo, el
Señor dice en singular: Yo soy el buen Pastor; con ello quiere
estimularlos a la caridad, insinuándoles que nadie puede ser buen pastor, si no
llega a ser una sola cosa con Cristo por la caridad y se convierte en miembro
del verdadero pastor.
El deber del buen pastor es la caridad; por eso
dice: El buen pastor da la vida por las ovejas. Conviene,
pues, distinguir entre el buen pastor y el mal pastor: el buen pastor es aquel
que busca el bien de sus ovejas, en cambio, el mal pastor es el que persigue su
propio bien.
A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se
les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño, pero, en
cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el
peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más
precio que la vida corporal del pastor. Es esto precisamente lo que afirma el
Señor: El buen pastor da la vida -la vida del cuerpo- por
las ovejas, es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad
y de su amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las
ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.
De este proceder
Cristo nos dio ejemplo: Si Cristo dio su vida por nosotros, también
nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos.
[Del comentario de
santo Tomás de Aquino, presbítero, sobre el evangelio de san Juan - (Cap.
10, lect. 3)]
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