«Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones
habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus
pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti
tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un
momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto
Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas,
ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: ‘Busco tu rostro; Señor, anhelo
ver tu rostro.’ Y ahora. Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo
buscarte, dónde y cómo encontrarte.
Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por
doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad
inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré
a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué
señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no
conozco tu rostro.
¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu
servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu
rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible.
Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por
ti, y jamás ha visto tu rostro.
Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado
y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que
fui creado.
Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros,
apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás?
¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo
volverás a nosotros?
Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos
de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten
piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada
podemos.
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu
busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te
manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y
hallándote te amaré».
(San Anselmo)
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