Las vacaciones deberían ser un tiempo para el espíritu junto al conveniente descanso; un tiempo de distensión, un tiempo para la lectura, un tiempo para reponer fuerzas no sólo físicas, sino también – y sobre todo–espirituales. Deseo a todos, especialmente a los que tienen más necesidad, que puedan tomar vacaciones para reponer las energías físicas y espirituales, y renovar un contacto saludable con la naturaleza. El mar, el campo, la montaña en particular, evoca la elevación del espíritu hacia las alturas, hacia ese “grado alto” de nuestra humanidad que, por desgracia, la vida diaria tiende a rebajar.
El descanso
tiene en nuestra tradición religiosa un lugar de honor. El descanso semanal del
domingo – ampliado al fin de semana– y el descanso anual de las
vacaciones constituyen unos logros muy considerables de nuestra sociedad. Por
desgracia, ambas realidades se ven hoy muy erosionadas. Cada día son más las
personas que han de trabajar en domingo para atender los servicios públicos:
hospitales, hoteles, museos, centros de diversión, etc. Esta realidad se da de
una manera especial entre nosotros porque contamos una amplia zona turística. Y
el periodo estival ofrece unas posibilidades de trabajo a personas que quizá no
disponen de esta oportunidad durante el resto del año. ¡Qué alegría si es así!
…aunque hay que decir que el descanso es también un bien escaso, del que lamentablemente
muchos no pueden disponer. Razón de más para que, quienes dispongan de
vacaciones, la vivan con sentido de responsabilidad, como una oportunidad para
crecer como personas y como cristianos.
La palabra
reposo quiere decir “posar”, hacer una pausa, y también “depositar”, dejar que
se deposite todo aquello que en nuestra actividad, en nuestra vida,
frecuentemente se convierte en una polvareda interior que impide ver claramente
el sentido de la vida. Dios “el séptimo día descansó”. Evidentemente Él no lo
necesitaba, pero nosotros teníamos necesidad de su enseñanza respecto al
reposo, que devolvía al esclavo o al siervo su dignidad como persona.
Dice el salmo 46, 11: vacate et videte quia Dominus
ego sum (descansad, sabed que soy Dios), lo cual quiere decir
que “tomar una vacación”, dejar todas nuestras actividades es para darnos cuenta de lo más importante que existe en el mundo, o sea,
que existe Dios. Y es que la vacación es todo lo contrario a una
fuga; no quiere decir alienarse, distraerse, sino que por sí quiere decir
concentrarse en algo, abstenerse de las demás actividades para centrarse en lo
fundamental, en aquél famoso “una sola cosa es necesaria” que dijo Jesús en el
evangelio. Tal vez el sentido más bello de las
vacaciones sería precisamente retomar un contacto íntimo, profundo, con la raíz
de nuestro ser, que es Dios.
Me parece significativo que la palabra con la que se indica todo este
tiempo en el curso del año en lengua inglesa seaholydays, que quiere
decir “días santos”, días que hay que dedicarse a la
santidad. Esta palabra nos permite ver cómo en el origen de
esta actividad del hombre que es la vacación, la feria, el reposo, etc., hay
algo profundamente distinto del sentimiento actual que entiende la vacación
como tiempo para distraerse, aturdirse, hacer cosas raras. No es que las
vacaciones no deban servir también para divertirse, para distraerse, pero sobre
todo son un don hecho al hombre para descubrir algo; no es un tiempo para
perder, para quemar, sino un tiempo para valorar al máximo.
Las vacaciones nos ofrecen la oportunidad de crecer, de formarnos, de
reconstruirnos dentro, de recuperar la serenidad y la paz que nos roban las
prisas acuciantes de la vida ordinaria. Las vacaciones no pueden ser una pura evasión ni una dimisión de los sanos
criterios morales o una huída de uno mismo o del servicio a nuestros hermanos.
Cada año son más, gracias a Dios, los jóvenes, y también algunos adultos, que
aprovechan las vacaciones para hacer una experiencia de servicio a los más
pobres en el Tercer Mundo o incluso una experiencia misionera. Muchos jóvenes
participarán también como monitores en colonias con niños de nuestra diócesis,
modos todos ellos magníficos de vivir unas vacaciones provechosas y
enriquecedoras en el apostolado o en el servicio fraterno. Un grupo muy
numeroso asistirá en Cracovia a la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa;
también yo iré con ellos. Será una experiencia inolvidable y transformadora.
Las vacaciones tampoco pueden ser un abandono
de nuestras obligaciones religiosas, la huida de nuestras relaciones
con Dios, de Aquél en el que encontramos el verdadero y auténtico descanso. En
nuestra relación con Dios no puede haber vacaciones. Todo lo contrario. Al
disponer de más tiempo libre, hemos de buscar espacios para la interioridad, el
silencio, la reflexión, la oración y el trato sereno, largo y relajado con el
Señor. Hay que alabar a aquellos cristianos que aprovechan las vacaciones para
hacer Ejercicios Espirituales, o al menos unos días de retiro en la hospedería
de un monasterio, o que peregrinan a un santuario buscando el silencio y el rumor de Dios que sólo habla en el silencio, y al
que podemos encontrar también contemplando las maravillas de la naturaleza. El
mar, la montaña, los ríos, los animales y las plantas nos hablan de Dios y
pregonan las obras de sus manos (Sal 18,1-7).
Aprovechemos el tiempo de descanso para la lectura reposada, que nos
hace descansar en criterios sanos y positivos, ahondar en la cultura o
formarnos cristianamente. Las vacaciones son también días para el encuentro y la convivencia, para la charla
apacible, para compartir la mesa, gozar de la amistad y robustecer las
relaciones familiares, que, a veces, durante el año, resultan escasas o
insuficientes como consecuencia del trabajo y de las obligaciones de cada día.
A cuantos no tendréis vacaciones, impedidos por la edad, la
enfermedad o las dificultades económicas os deseo que
encontréis en el Señor vuestro reposo y podáis escuchar de sus labios estas
palabras tan reconfortantes: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y
agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11,28).
A todos os deseo unas felices, fecundas y cristianas vacaciones. El Señor
nos acompañará siempre en nuestro camino. Dios quiera que también nosotros lo
descubramos en la Eucaristía, en la que muy bien podríamos
participar diariamente en estos días de descanso. Que lo descubramos
también a nuestro lado en la playa, en la montaña o en nuestros lugares de
origen, a los que muchos retornaremos a la búsqueda de nuestras raíces. Que
Dios os bendiga, os proteja y os custodie en su amor. Ojalá todos volvamos con
más ganas de trabajar y de ser mejores.
+ Rafael Zornoza
Obispo de Cádiz y Ceuta
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