jesús
muerto y resucitado, respuesta a los porqués de la vida cristiana.
En la oración de la misa pedimos al
Padre misericordioso nos libre de toda inquietud y nos responde en las lecturas
y especialmente en la presencia sacramental de la muerte y resurrección de
Jesús de la Eucaristía.
El profeta Habacuc en la primera lectura
plantea uno de los problemas que más inquietan en la vida cristiana: “¿Por qué
Dios permite el mal?” El profeta ha vivido los desastres causados a Israel por
la invasión de los asirios. Reconoce que el pueblo ha pecado contra Dios y se
merece un castigo, pero ¿por qué un castigo por medio de un pueblo que es mucho
peor que Israel y que abusa de su poder? La respuesta divina invita a esperar, un día lo comprenderá;
mientras tanto “el justo vivirá por su fe”, una fe que es aceptar que Dios es señor poderoso y sabio de la historia y confiar en sus planes de salvación, que
escribe derecho con renglones torcidos.
Jesús también afrontó este problema
con su vida y su palabra. En su vida, cuando en la cruz, próximo a la muerte, experimentó
el abandono de Dios: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” La respuesta del
Padre fue la resurrección, respuesta que el cristiano sólo comprende desde la
fe. En este contexto tienen sentido las palabras que Jesús nos ha dirigido en
el Evangelio. Primero invita a crecer en la fe, en la confianza en el poder y
sabiduría de los planes de Dios, fe que capacita para ser instrumentos de este
poder y sabiduría. Pero la fe no es simple pasividad y confianza en Dios,
también hay que colaborar con él; por
eso, en segundo lugar, invita a
colaborar en los planes de Dios con humildad radical, haciendo todo lo que el
Padre espera de cada uno en su plan de salvación de los hombres, como él lo
hizo y ha manifestado en el Evangelio,
aunque no veamos su eficacia inmediata.
Por eso la postura del cristiano
será conocer seriamente cuál es la voluntad de Dios y llevarla a la práctica lo
mejor que pueda, exclamando al final: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho
lo que teníamos que hacer”. Es un acto de fe en Dios protagonista de la
salvación, que hay que vivir tanto cuando las cosas van bien, como cuando no se
ven claras, como en este caso.
Participar en la Eucaristía , actualización
sacramental de la muerte y resurrección de Jesús, implica aceptar la respuesta
básica del Padre, que capacita para seguir caminando en la oscuridad de la fe. Cuando
participemos la resurrección de Jesús, comprenderemos plenamente el plan
poderoso y salvador del Padre, que quiere la salvación de todos los hombres, y
exclamaremos: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!” (Ap 15,3). Mientras
llega ese momento, cada uno tiene que colaborar en la obra de Dios, de acuerdo
con el carisma que ha recibido, que debe avivar con la ayuda del Espíritu Santo
(2ª lectura).
Rvdo.
don Antonio Rodríguez Carmona
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