martes, 25 de octubre de 2016

El Monte del Señor





En La Escritura, los montes representan el lugar donde habitan los dioses, los dioses que todos tenemos, y que hemos puesto por delante de nuestro Dios: nuestro propio YO, nuestro egoísmo, el dinero. Y que se alimentan de los siete pecados capitales, que son cabeza de todos los demás.

En el Cántico de Moisés, una vez atravesado el Mar Rojo, y, refiriéndose al pueblo de Israel, nos dice: “…Los introduces y los plantas en el Monte de tu heredad, santuario, Señor, que fundaron tus Manos…” (Ex 1, 15). Es en este Monte Santo, el Monte Calvario, donde Jesucristo fundó el Monte del Señor, clavando en la Cruz gloriosa, sus santas Manos para el perdón de nuestras idolatrías, nuestro seguimiento a los ídolos.

Y, al final de los días, estará firme el Monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. (Is 2, 2-5). Es decir, Isaías profetiza sobre el final de los días: Dios estará por encima de todas nuestras maldades, de todos nuestros desatinos. Su Monte Santo, ese Monte donde sólo puede subir el Hijo de Dios.

¿Quién puede subir al Monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El Hombre de manos inocentes y puro corazón
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso (Sal 23,3)

 Ese Hombre, profetizado por el salmista, es Jesucristo, el único que tiene las Manos limpias de pecado, que rechaza el soborno y no calumnia con su lengua:

         ¿Quién habitará en tu Monte Santo?
       El de conducta intachable, que no calumnia con su lengua
          que no daña a conocidos, ni agravia su vecino
que no presta a usura ni acepta soborno contra el inocente
          y honra a los que temen a Dios (Sal 15, 1-5)

 Alabado sea Jesucristo


Tomas Cremades

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