En este
mes de octubre, consagrado por tradición al Santo Rosario, quiero dedicar la
alocución del Ángelus a hablar de esta plegaria tan entrañable al corazón de
los católicos, tan amada por mí y tan recomendada por los Papas predecesores
míos. En este Año Santo extraordinario de la Redención, también el Rosario
adquiere perspectivas nuevas y se llena de intenciones más fuertes y más
amplias que en el pasado. Hoy no se trata de pedir grandes victorias. como en
Lepanto y Viena, sino que, más bien, se trata de pedir a María que nos haga
valerosos combatientes contra el espíritu del error y del mal, con las armas del
Evangelio, que son la cruz y la Palabra de Dios.
La
plegaria del Rosario es oración del hombre en favor del hombre: es la oración
de la solidaridad humana, oración colegial de los redimidos, que refleja el
espíritu y las intenciones de la primera redimida, María, Madre e imagen de la
Iglesia: oración en favor de todos los hombres del mundo y de la historia,
vivos o difuntos, llamados a formar con nosotros Cuerpo de Cristo y a ser, con
El, coherederos de la gloria del Padre.
Al
considerar las orientaciones espirituales que sugiere el Rosario, oración
sencilla y evangélica (cf. Marialis cultus, 46), volvemos a encontrar las
intenciones que San Cipriano señalaba en el «Padre nuestro». Escribía él: «El
Señor, maestro de paz y de unidad, no quiso que orásemos individualmente y
solos. Efectivamente, no decimos: "Padre mío, que estás en los
cielos", ni "Dame mi pan de cada día". Nuestra oración es por
todos; de manera que, cuando rezamos, no lo hacemos por uno solo, sino por todo
el pueblo, ya que con todo el pueblo somos una sola cosa» (De dominica
oratione, 8).
El Rosario se dirige insistentemente a quien es la expresión más alta de la humanidad en oración, modelo de la Iglesia orante y que suplica, en Cristo, la misericordia del Padre. Lo mismo que Cristo «vive siempre para interceder por nosotros» (cf. Hech 7, 25), también María continúa en el cielo su misión de Madre y se hace voz de cada hombre y en favor de cada hombre, hasta la consumación perfecta del número de los elegidos (cf. Lumen gentium, 62). Al rezarle le suplicamos que nos asista durante todo el tiempo de nuestra vida presente y, sobre todo, en el momento decisivo para nuestro destino eterno, que será la «hora de nuestra muerte».
El Rosario es oración que indica la perspectiva del reino de Dios y orienta a los hombres para recibir los frutos de la redención. En este mes de octubre dedicado tradicionalmente al Santo Rosario, quiero recordar a todos que ésta es una oración del hombre para el hombre; es la oración de la solidaridad humana que refleja el espíritu de María, madre e imagen de la Iglesia. El Rosario se dirige a Aquella que es la expresión más alta de la humanidad.
El Rosario se dirige insistentemente a quien es la expresión más alta de la humanidad en oración, modelo de la Iglesia orante y que suplica, en Cristo, la misericordia del Padre. Lo mismo que Cristo «vive siempre para interceder por nosotros» (cf. Hech 7, 25), también María continúa en el cielo su misión de Madre y se hace voz de cada hombre y en favor de cada hombre, hasta la consumación perfecta del número de los elegidos (cf. Lumen gentium, 62). Al rezarle le suplicamos que nos asista durante todo el tiempo de nuestra vida presente y, sobre todo, en el momento decisivo para nuestro destino eterno, que será la «hora de nuestra muerte».
El Rosario es oración que indica la perspectiva del reino de Dios y orienta a los hombres para recibir los frutos de la redención. En este mes de octubre dedicado tradicionalmente al Santo Rosario, quiero recordar a todos que ésta es una oración del hombre para el hombre; es la oración de la solidaridad humana que refleja el espíritu de María, madre e imagen de la Iglesia. El Rosario se dirige a Aquella que es la expresión más alta de la humanidad.
(Ángelus
del 2 de octubre, 1983)
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