Aguanto, porque aguanto!
Sin otra explicación. Sé
que solo mirarte me da Vida.
Aguanto como piedra que está erguida en círculo de horrores, haciendo de mi
tierra, con su fuerza en dolores recibida, entre el cielo y el hombre, entre el
hombre y mi Dios, levantando las manos en cruz, el templo de todos tus amores
¡Por eso aún aguanto!
Sin otra perspectiva que tu herida, sin otro cauce abierto que un quebranto
del cuerpo cada día más hondo, que a su cuna de tierra se encamina por el
torrente rojo de tu llanto y el mío, tomo la fuerza viva de mi canto, y cuando
siento el soplo de tu aleteo encima, como la madre águila, clavando en mí las
garras del Espíritu, me voy haciendo Santo, me entrelazo a tu cruz, me hago uno
contigo, y me abrazo a tu vida clavada en mi Calvario. Entiendo así lo pobre
que es un hombre. Y será hasta el final como una sinrazón de la razón que grito
¡Aguanto porque aguanto!
Y de pronto, como si fuera un rayo entre sombras y luces de mañanas y
tardes, entre días de encuentros y partidas que alegran y duelen, se descubre
la piedrecita blanca con el nombre grabado a punta de dolores y luces.
El tiempo con su gente empieza a zozobrar entre la niebla, y no existe otro
norte que tu nombre, ni otra aguja imantada de vida que tu cruz, la brújula del
tiempo y del espacio en que vive el amor. Siempre apunta su norte a tu muerte,
y hacia la puerta abierta de tu Resurrección.
Es el país de todos los amores perdidos aquí y allá afianzados, en tu cielo
de los soles eternos donde todos los pobres son señores, donde todo dolor, con
el toque de vida de tu cruz, se convierte en perfumada flor, irisada de todos
los colores. Ya no hay que cuidar cada detalle de cada relación, porque como la
tuya con el Padre será eterna, como trenza de luz, que amarra tu Pasión.
Es la razón sencilla de aguantar la vida, la enfermedad, la muerte, y
gritar ¡Esperanza! Y es mi razón, porque Tú estás ahí, enjugando mi
llanto, alentando mi grito: ¡Aguanto porque aguanto!
Manolo
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