la acción de gracias, eucaristía, culmen de la vida del creyente.
Las
lecturas invitan a la acción de gracias. El relato evangélico presenta la
acción de gracias como el culmen de la vida de fe. Los diez leprosos son
hombres de fe: piden ser curados, Jesús los envía a Jerusalén para que los
sacerdotes certifiquen su curación (cf. Lv 13,19), y obedecen, poniéndose en
camino ¡cuando todavía no habían sido curados! Y caminando, reciben el premio
de su fe en la palabra de Jesús: se sienten curados. Entonces sólo uno -el samaritano, el extranjero, el malo en la
opinión pública- regresa para dar gracias a Jesús. Y éste declara que su fe ha
llegado a plenitud en la gratitud.
Realmente
la petición es legítima, pero por encima de este tipo de oración está la acción
de gracias y la alabanza. La acción de gracias porque es el reconocimiento
agradecido de Dios como salvador y la alabanza porque es expresión de amor y
gratuidad. Dios es padre y desea que sus hijos se relacionen con él en términos
de alabanza y gratuidad. Por eso Jesús, cuando nos enseña en el Padrenuestro
las líneas básicas de la oración cristiana, primero invita a sintonizar con
Dios invocándolo como padre nuestro e inmediatamente después a una alabanza: Santificado sea tu Nombre.
El
creyente cristiano debe vivir dando gracias continuamente a Dios. Como en toda
acción de gracias, ésta implica unos actos previos: primero, sentir una necesidad personalmente insuperable, a
continuación pedir ayuda, finalmente experimentar el remedio. Con estos
presupuestos brota espontáneamente la acción de gracias, primero de palabra agradeciendo el favor, después
con un ofrecimiento personal al que
ha hecho el beneficio, poniéndose a su disposición para lo que necesite,
incluso invitándole a su mesa, si es
el caso.
Éstos son los pasos
que el cristiano debe vivir para dar gracias a Dios: ser consciente de la
propia debilidad, fragilidad y pecado, pedir ayuda para remediar estas
flaquezas, recibir continuamente el perdón de Dios y auxilio en las
necesidades. Ahora es cuando todo está apunto para la acción de gracias con
palabras y con una vida cristiana agradecida.
Los
cristianos lo hacemos especialmente en la celebración de la Eucaristía , que, como
su nombre indica, es esencialmente acción
de gracias. Se comienza reconociendo los propios pecados. Este es el
billete para participar, pues la Eucaristía no es premio de justos sino ayuda
para los débiles y pecadores. Implica reconocerse pecador y perdonado. Se
participa en la celebración para dar gracias al Padre por todos sus beneficios,
los que hace a toda la humanidad y los que recibimos cada uno personalmente,
pues hay que agradecer como cristianos y en nombre de toda la Iglesia.
En
la Eucaristía
se hace de una manera especial, uniéndose a la acción de gracias del mismo
Jesús, a quien representa sacramentalmente el sacerdote: se da gracias primero
con palabras, después con el propio ofrecimiento al Padre, uniéndose toda la
comunidad al ofrecimiento de Jesús, sacramentalmente presente en el pan y el
vino. Finalmente no somos nosotros los que ofrecemos un banquete al Padre sino
que es el Padre el que lo ofrece a sus
hijos dándoles a comer su propio Hijo para alimentar su vida filial y
fraternal. Al que así celebra la
Eucaristía , la necesita y “le dice mucho” la Eucaristía. Al
autosuficiente, que no tiene necesidad de nada, no “le dice nada” y se aburre. La Eucaristía es culmen de
toda la vida cristiana. La supone y la alimenta.
Rvdo don Antonio Rodríguez Carmona
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