domingo, 9 de octubre de 2016

Agradecimiento



Señor, hoy con las lecturas de la Eucaristía has querido recordarme que hay que ser agradecidos.

La primera lectura relata el agradecimiento de Naamán a Eliseo por haberle librado de la lepra: “Acepta un regalo de tu siervo”. En la lectura del Evangelio te quejas: “¿No han quedado limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Tan solo ha vuelto a dar gracias a Dios este extranjero?”

Estas citas, Señor mío, me han hecho recapacitar en que cuántas veces he sido desagradecido igualmente yo. Al finalizar el Sacramento de la Penitencia, también yo cumplo con la ley: concluyo con la penitencia recomendada por el sacerdote; en realidad antes de formalizar la penitencia los nueve leprosos ejecutaron fielmente la ley: fueron a presentarse a los sacerdotes– no me acuerdo de darte las gracias por haberme dejado limpio de mi lepra, mis pecados.

Quizá, más de las veces debidas, yo también me doy por satisfecho con rezar o realizar lo que el sacerdote me ha mandado. Los nueve cumplieron fielmente lo que decía la ley, es más, incluso Tú le dijiste que lo hicieran. Pero, por encima de ese quinto y último paso que la Iglesia nos propone para realizar una buena confesión, hay otro de ley natural que es el agradecimiento. Siempre a las personas que hacen lo más mínimo por nosotros, por reconocimiento o por educación, les damos las gracias, de lo contrario nos sentimos y nos tratan de mal educados. Tú, Señor, no has hecho lo mínimo por mí, sino lo máximo: limpiar mi lepra espiritual con tu sangre. Pocos, por no decir nadie, son los que harían eso mismo y, si es que fuesen capaces a hacerlo, solo lo harían por alguien muy amado. Pero Tú lo hiciste por este pobre recalcitrante pecador. Pues eso, que me amas más que nadie; que incluso sabiendo que voy a volver a contaminarme voluntariamente con la lepra me perdonas una y mil veces. Claro que, como soy tan miope, comparo mi insignificancia, mis medidas de andar por esta tierra, con tu inmensidad, con tu infinito amor y nunca me pueden cuadrar las medidas: motivo mayor para estarte eternamente agradecido. No me necesitas para nada y me elevas a hijo tuyo.

Perdona, Señor, por tantas veces y por tantas cosas que no te doy las gracias necesarias. Gracias por perdonarme una y mil veces.


Pedro J. Martínez Caparrós

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