sábado, 15 de octubre de 2016

Domingo 29 del Tiempo Ordinario




perseverar en la oración

        Jesús invita a perseverar en las diversas formas de oración, pues es propio de un hijo el relacionarse con su padre dando gracias, alabando y también pidiendo. Hay quién dice que la oración de petición no tiene sentido, pues Dios ya sabe lo que nos sucede y no es necesario dárselo a conocer. Es verdad que Dios lo sabe, lo dice el mismo Jesús (Lc 12,30), y, a pesar de eso, nos dice que pidamos. Dios no quiere que pidamos para darle a conocer lo que ya sabe, sino para que nos presentemos ante él como pobres y necesitados. Y cuando se pide por otros, lo que le agrada es vernos solidarios con las necesidades de los demás.

        La parábola que se ha proclamado en el Evangelio enseña directamente la necesidad de perseverar en la petición, sin cansarse, a pesar de que aparentemente Dios no escucha. Si la insistencia es capaz de cambiar al juez indispuesto, ¡cuánto más a Dios, que está dispuesto! Ciertamente, escuchará sin tardar.

El problema está en lo que pedimos y cómo lo pedimos. Nuestra petición nunca puede ser dictar a Dios lo que tiene que darnos. Es legitimo que expresemos  nuestra petición pidiendo algo concreto, pero sin matiz de dictado, como si nosotros supiéramos mejor que Dios lo que necesitamos. El Padre es el que realmente sabe lo mejor para cada uno, siempre oye, y da lo que más conviene. Por eso toda oración de petición debe ser un acto de fe y confianza en la bondad del Padre.

La experiencia de Jesús en Getsemaní es aleccionadora: empieza la oración lleno de temor y angustia (Mc 14,33), pide en concreto que pase el cáliz; el Padre le oye, dándole no lo que pedía concretamente  sino ánimo para afrontar la muerte, que era lo mejor para consumar su obra. El Padre siempre oye, pero a su manera y en su tiempo. De aquí la necesidad de perseverar para acoger lo mejor que nos dará el Padre, pero en su tiempo.

La misma perseverancia ya es respuesta de Dios, pues crea un corazón humilde y confiado en su providencia, capaz de recibir los grandes dones, que el Padre desea darnos. Pero, dada la mentalidad utilitaria reinante, “¿encontrará el Hijo del hombre cuando venga esta fe en la tierra?” Desgraciadamente más de uno ha dejado la oración como inútil, pues cree que Dios no le oye.

        En el Padrenuestro Jesús nos da las líneas generales de toda oración cristiana: sintonizar con Dios nuestro padre, alabarlo (santificado...), identificarnos con su plan salvador a favor de toda la humanidad (Venga tu reino). Y en este contexto, peticiones por nuestras necesidades existenciales. La primera, el “pan” nuestro y todas las necesidades materiales, pero junto a esto otras peticiones importantes para la vida cristiana: la virtud de la penitencia (recibir constantemente su perdón y capacitarnos para que perdonemos) y superar la tentación, especialmente la gran tentación de perder la fe. Las peticiones del cristiano no pueden quedar encerradas en el pequeño círculo de sus necesidades materiales inmediatas.

        Perseverar en la Eucaristía, la gran oración cristiana. Sin ella no hay vida cristiana ni comunidad cristiana. Jesús nos mandó celebrarla para que todas las generaciones se beneficien de su obra salvadora. En ella damos gracias, alabamos y pedimos como miembros del pueblo de Dios por todas las necesidades de la Iglesia y la humanidad. Frente a una mentalidad utilitarista, hay que descubrir su riqueza, conociendo sus diversos elementos; prepararse para participar, leyendo previamente las lecturas y pensando un compromiso concreto... Todo, menos la rutina.


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

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