«Un artista le dijo a su esposa, me voy de casa porque quiero inspirarme
para pintar la obra maestra de mi vida. A los pocos días se encontró con
una muchacha radiante el día de su boda: ¿qué es lo más hermoso para ti?,
le preguntó emocionado. El amor, contestó la joven enamorada sin titubear.
Pero, ¿cómo pintar el amor? Luego se tropezó con un soldado: ¿qué es lo
mejor para ti? La paz. Pero, ¿cómo pintar la paz? Más tarde conversó con
un sacerdote: ¿qué es lo principal para ti? La fe. Pero, ¿cómo pintar la
fe? Cansado y decepcionado volvió a casa. Su esposa lo abrazó con tanta
ternura que halló el amor y la paz de la que le habían hablado la novia
y el soldado. Y en los ojos de sus hijos, cuando lo cubrían de besos, descubrió
la fe de la que le había hablado el sacerdote. Fue en su propia casa donde
encontró la inspiración que andaba buscando fuera».
Vuelve a casa! ¡Te queremos! ¡Te andamos buscando! ¡Te aguardamos!…
son «exclamaciones», «gritos» que mi coherencia de vida debería ofrecer
a cada uno de mis hermanos que, por razones diversas, un día abandonaron
la «casa paterna» en busca del cariño, de la cercanía, del testimonio,
que algunos no le supimos ofrecer cuando estaban en casa.
‘SIN TI nunca
llegaremos a ser esa ÚNICA Y GRAN FAMILIA que Dios sueña’. Ni podremos
recobrar en su hogar (la Iglesia) el AMOR que, a veces, mendigamos fuera.
¿No os resulta paradójico que nos pasemos la vida buscando amigos,
demandando afecto, mendigando reconocimiento, prestigio, poder…
y, sin embargo, lo que más nos cuesta es dejarnos querer? Ciertamente,
lo más difícil es dejarse abrazar por Dios («mi Padre del cielo»), sintiendo
su ternura, su cariño, su misericordia… a través de mis otros hermanos.
Nos cuesta aceptar que, aunque uno haya marchado de casa, en «la mesa de
la fraternidad», cada día, está puesto tu plato esperando tu regreso.
Pero lo más sorprendente es descubrir que nuestra verdadera vocación
en esta tierra es la de hacer de PADRE-MADRE, es decir, acoger a todos
en casa sin pedirles explicaciones y sin exigirles nada a cambio. Ser
padres, con entrañas de madres, capaces de reclamar para sí la única
autoridad posible, la compasión.
Las cifras de
esa nube ingente de personas voluntarias que invierten miles de horas
al servicio de los demás, especialmente de los que la sociedad excluye,
(animadores de la comunidad, catequistas, agentes de pastoral, voluntarios
de Cáritas, de Manos Unidas o de Misiones, visitadores de enfermos
o ancianos, ministros extraordinarios de la comunión, mairalesas,
equipo de liturgia, etc.), son la mejor expresión de que la Iglesia es
tu madre. Además de la significativa aportación económica que entre
unos y otros se consigue para atender materialmente a los pobres, sostener
la infraestructura eclesial y a todos los evangelizadores que propagan
la buena noticia de la ternura de Dios en la humanidad como expresión
inequívoca de su maternidad.
En nuestra Diócesis, como habréis podido ver por los folletos que
se han distribuido, la mayor partida de gastos ordinarios se destina
a programas solidarios (1.936.258,78€), sobre todo a Cáritas, Manos
Unidas y Misiones. Nos alegra que muchas personas, a la hora de legar
su patrimonio o de hacer sus donativos solidarios, piensen en la
Iglesia no sólo porque el nuevo régimen fiscal de desgravación sea más
favorable tanto para las personas físicas como jurídicas (empresas)
sino porque casi en su totalidad llega a los destinatarios y al mismo
tiempo cunde el doble. Gracias en nombre de tantos pobres anónimos a
los que se atiende en la Iglesia y que jamás podrán expresaros personalmente
su gratitud. Además, ahora, para mayor comodidad, podréis hacerlo
sin moveros de casa, a través de la página web, cliclando
en la pestaña: www.donoamiiglesia.es.
CONTIGO, aunque
te creas insignificante, LO SEREMOS (esa gran familia). Implícate a
fondo, si estás dentro de su seno. Vuelve, si te sientes alejado, y enriquécenos
con tus valores. Ojalá logremos devolver la dignidad que Dios otorgó
a todas las personas y hagamos florecer un mundo más libre, fraterno
y solidario. Esto es lo realmente audaz, moderno y fascinante: hacer
de la Iglesia tu verdadero «hogar, tu «casa de acogida» o tu «hospital
de campaña». Haz de tu familia una iglesia doméstica, fuente y escuela de fraternidad.
Con mi afecto y bendición,
+ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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