sábado, 11 de noviembre de 2017

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario



Vigilar es esperar de forma responsable.

 Los evangelios de los tres últimos domingos del ciclo A presentan diversos aspectos de la vigilancia en la vida cristiana. Hoy en concreto la parábola-alegoría de las vírgenes habla de la vigilancia como un tiempo en que hay que prepararse responsablemente para la venida del Señor. Vivir de cara al futuro esperando al esposo no es desvalorizar el tiempo presente, sino, al contrario, darle toda la importancia que se merece, pues de lo que hagamos en él depende el futuro. 
El texto del evangelio presenta un grupo de doncellas que salen a esperar al esposo desde la casa de la esposa. Se subraya la espera como tarea básica del grupo. Cinco de ellas son necias y cinco sensatas. En qué consista la necedad y la sensatez lo explican la primera lectura y el contexto de Mateo.

La primera lectura enseña que la sabiduría consiste en hacer la voluntad de Dios y que Dios da este conocimiento a todo el que lo busca. Más en concreto, según Mateo, es sensato el que oye la palabra de Dios y la pone por obra, y necio es el que oye la palabra y no la pone por obra (Mt 7,24-27). Las sensatas se preparan para la espera de forma responsable, conscientes de que su tarea es esperar y no saben cuánto tiempo; las necias, en cambio, no lo hacen.

Todas comienzan con aceite, que en este contexto es vivir de acuerdo con el evangelio, con una vida que se resume en amor a Dios y al prójimo, pero las sensatas dan importancia a la perseverancia en las buenas obras, cosa que no hacen las necias que se quedarán sin aceite en el momento decisivo.  Llegado el esposo a media noche, las necias piden aceite a las sensatas y éstas remiten a los vendedores (el detalle es verosímil, a pesar de la hora, pues Jesús narra situaciones que tienen lugar en lugares pequeños, donde una boda pone en pie a todo el pueblo). Con este detalle se quiere enseñar que el aceite – las buenas obras de cada uno- son personales e intransferibles.  Mientras van a comprar, “llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete y se cerró la puerta”. La frase final alude al momento de la parusía, en que termina el tiempo de prueba y de las buenas obras. Un texto parecido de Jesús con el mismo sentido aparece en Lc 13,25: “Una vez que el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Y él responderá, No sé de dónde sois”. Algo parecido enseña Jesús en el Sermón de la Montaña: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre arrojamos los demonios y en tu nombre hicimos muchos milagros? Yo entonces les diré: Nunca os conocí” (Mt 7,22-23). La lección final es una invitación a la espera “porque no sabéis el día ni la hora”.

Este texto, como otros semejantes, está centrado en la necesidad de la vigilancia y no entra en otros puntos, como la posibilidad de una conversión final. La enseñanza básica es que hay que vivir esperando activa y constantemente la llegada del Señor con buenas obras, que siempre será inesperada. Lo que afirma la palabra de Dios sobre la parusía vale para el final de cada uno, en el momento de su muerte.

La segunda lectura recuerda que para los sensatos la parusía es la venida de Jesús para hacerlos partícipes de su resurrección y estar siempre con el Señor. En esto consiste el cielo.

La vida cristiana es una espera vigilante, en la que vigilar es más que no dormir, es estar siempre en condiciones de recibir al esposo, no es algo accidental en la vida cristiana, sino esencial y permanente. Puesto que seremos examinados de amor, ser sensato es estar permanentemente en condiciones de responder a este examen en las diversas condiciones existenciales de cada uno. Esta vida es personal e intransferible, puesto que cada uno tiene que dar cuenta de su vida (distinto es el caso de la solidaridad mientras vamos caminando en esta vida). Esto exige una vida de fe, esperanza y caridad constante, alimentada por la oración. Es una consecuencia de “no saber el día ni la hora”. El contrapunto es el necio, que no espera nunca a Dios o que espera a ratos, en las grandes ocasiones populares, sin estar siempre preparado. 

Cada Eucaristía es una celebración de la muerte y resurrección de Jesús y un adelanto de su parusía. En casa una de ellas Jesús nos invita a vigilar, uniéndonos a su sacrificio existencial, transformando así nuestra vida de cada día en espera vigilante.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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