Vigilar es esperar de forma responsable.
Los
evangelios de los tres últimos domingos del ciclo A presentan diversos aspectos
de la vigilancia en la vida cristiana. Hoy en concreto la parábola-alegoría de
las vírgenes habla de la vigilancia como un tiempo en que hay que prepararse
responsablemente para la venida del Señor. Vivir de cara al futuro esperando al esposo no es desvalorizar
el tiempo presente, sino, al contrario, darle toda la importancia que se
merece, pues de lo que hagamos en él depende el futuro.
El
texto del evangelio presenta un grupo de doncellas que salen a esperar al esposo desde la casa de la
esposa. Se subraya la espera como tarea básica del grupo. Cinco de ellas son
necias y cinco sensatas. En qué consista la necedad y la sensatez lo explican
la primera lectura y el contexto de Mateo.
La
primera lectura enseña que la sabiduría consiste en hacer la voluntad de Dios y
que Dios da este conocimiento a todo el que lo busca. Más en concreto, según
Mateo, es sensato el que oye la palabra de Dios y la pone por obra, y necio es
el que oye la palabra y no la pone por obra (Mt 7,24-27). Las sensatas se
preparan para la espera de forma responsable, conscientes de que su tarea es
esperar y no saben cuánto tiempo; las necias, en cambio, no lo hacen.
Todas
comienzan con aceite, que en este contexto es vivir de acuerdo con el
evangelio, con una vida que se resume en amor a Dios y al prójimo, pero las
sensatas dan importancia a la perseverancia en las buenas obras, cosa que no
hacen las necias que se quedarán sin aceite en el momento decisivo. Llegado el esposo a media noche, las necias
piden aceite a las sensatas y éstas remiten a los vendedores (el detalle es
verosímil, a pesar de la hora, pues Jesús narra situaciones que tienen lugar en
lugares pequeños, donde una boda pone en pie a todo el pueblo). Con este
detalle se quiere enseñar que el aceite – las buenas obras de cada uno- son
personales e intransferibles. Mientras
van a comprar, “llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al
banquete y se cerró la puerta”. La
frase final alude al momento de la parusía, en que termina el tiempo de prueba
y de las buenas obras. Un texto parecido de Jesús con el mismo sentido aparece
en Lc 13,25: “Una vez que el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta,
diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Y él
responderá, No sé de dónde sois”.
Algo parecido enseña Jesús en el Sermón de la Montaña: “Muchos me dirán en
aquel día: Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre arrojamos los demonios y en tu nombre
hicimos muchos milagros? Yo entonces les diré: Nunca os conocí” (Mt 7,22-23). La lección final es una invitación a
la espera “porque no sabéis el día ni la hora”.
Este texto,
como otros semejantes, está centrado en la necesidad de la vigilancia y no
entra en otros puntos, como la posibilidad de una conversión final. La
enseñanza básica es que hay que vivir esperando activa y constantemente la
llegada del Señor con buenas obras, que siempre será inesperada. Lo que afirma
la palabra de Dios sobre la parusía vale para el final de cada uno, en el
momento de su muerte.
La
segunda lectura recuerda que para los sensatos la parusía es la venida de Jesús
para hacerlos partícipes de su resurrección y estar siempre con el Señor. En esto consiste el cielo.
La
vida cristiana es una espera vigilante, en la que vigilar es más que no dormir,
es estar siempre en condiciones de recibir al esposo, no es algo accidental en
la vida cristiana, sino esencial y permanente. Puesto que seremos examinados de
amor, ser sensato es estar permanentemente en condiciones de responder a este
examen en las diversas condiciones existenciales de cada uno. Esta vida es
personal e intransferible, puesto que cada uno tiene que dar cuenta de su vida
(distinto es el caso de la solidaridad mientras vamos caminando en esta vida).
Esto exige una vida de fe, esperanza y caridad constante, alimentada por la
oración. Es una consecuencia de “no saber el día ni la hora”. El contrapunto es
el necio, que no espera nunca a Dios o que espera a ratos, en las grandes
ocasiones populares, sin estar siempre preparado.
Cada
Eucaristía es una celebración de la muerte y resurrección de Jesús y un
adelanto de su parusía. En casa una de ellas Jesús nos invita a vigilar,
uniéndonos a su sacrificio existencial, transformando así nuestra vida de cada
día en espera vigilante.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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