Es tan natural como corriente desde los
principios. Pero qué “extraño y raro” de aceptar para los que vivimos. Sí, el
miedo a la muerte es real. No es una anestesia, no un coma, no un dormir
profundo, es marchar hacia Dios, ¡DIOS!!!
Tremendo, brutal, bestial, no sé cómo
calificarlo. Es lo peor y lo mejor, pero de lo que nadie quiere hablar.
A Dios le doy gracias por vivir un día
más, pero también he de pedir por no asustarme de mi muerte. ¿Dolor?, ¿pena?,
¿angustia?, ¿ansiedad?, ¿agonía?, ¿terror?, pues sí, todo eso junto es morir y
sin embargo hasta un niño lo sufre, miles de seres cada día… ¡Eva,
nos hiciste la pascua, querida!!!
¡Dios mío! Revélame tranquilidad, que
mis hijos no sufran, que el día que me vaya se dibuje en mí rostro una sonrisa
que pueda decir al mundo que tengo ganas de verte.
-¡Espera, espera, espera, no es como tú
lo piensas, en absoluto! Lo que duele es la enfermedad, y vivir en esas
circunstancias, es la pena; la ansiedad y la angustia son mucho antes del
tránsito, porque después hasta el terror desaparece convirtiéndose en una paz misteriosa. Reconoces que tu mundo es otro
y entonces, te apartas con vida de tu
“piel” y ya no quieres volver, todo es extraordinario, único. El alma ni se duerme
ni pierde el sentido.
-Desde “de dónde vengo” te cubriremos con
mucho más amor del que tú nos ofreciste, pues todo se multiplica “70 veces 7”…
¡Ufff,
genial Dios, me quedo mucho más tranquila!!!
Emma
Diez Lobo
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