miércoles, 15 de noviembre de 2017

Las vírgenes necias y las prudentes.





Según el DRAE “prudente” es el que actúa con moderación y cautela y “necio” es el que no sabe lo que podía o debía saber. De tejas para abajo y antes de entrar en las consideraciones que el evangelio (Mt 25, 1-13) nos pueda inspirar a cada uno, ya la definición del hombre le da un  matiz positivo o negativo a cada término. Llama la atención que la definición de “necio” conlleve una falta de ganas de aprender, esto es, no es que Dios lo haya privado de inteligencia, sino que somos nosotros mismos los que con nuestra apatía hemos dejado de saber lo que debíamos o podíamos. Jesús se apoya en el concepto de sabiduría humana, como tantas otras veces, para exponernos su doctrina; ello nos indica que su enseñanza no está cargada de profundos conceptos filosóficos, sino que está expuesta de forma tan sencilla que cualquier ser humano, por humilde que sea, la comprenda. ¡Qué casualidad! El valor que Dios, en su evangelio da a la sabiduría coincide, por deducción o contraposición, con la definición que acabamos de ver que el propio hombre da a su antónimo “necedad”. Según el evangelio (cf 7, 24-27), la sabiduría consiste en escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica, o sea, que interviene la voluntad humana para practicar lo que Dios nos anuncia.

        Realmente, creo que cada hombre y por tanto cada cristiano tiene una parte de prudente y otra de necio. La cuestión está en qué proporción se entremezcla la una con la otra y qué voluntad o esfuerzo ponemos cada uno para ir disminuyendo esta para aumentar aquella, esto es, poner en práctica la palabra de Dios. Todos hemos recibido nuestra lámpara y el aceite suficiente para mantenerla encendida en tanto no llega el esposo. Es cuestión de estar en tensión y no relajarnos con las sombras de la noche para que no se apague nuestra lámpara y si esto llega a ocurrir, porque nuestra naturaleza es humana y débil, nada más oír la voz que puede ser la propia conciencia, una lectura, un consejo, etc. de que viene el esposo nos pongamos alerta y retomemos prontos y raudos las prácticas y obras correspondientes. Cada uno tenemos nuestra propia lámpara con sus características especiales y únicas, nuestra luz es distinta de las demás, por ello y en consecuencia la luz y el aceite de cada uno no es intercambiable porque solamente yo puedo poner en práctica la palabra de Dios. Dios nos ha encomendado un cometido específico a cada uno y, aunque quisiéramos, no podríamos hacer el del prójimo, cada uno tenemos que hacer nuestras propias obras y así ir pasando el tanto por ciento correspondiente de necedad a prudencia. No se trata de que seamos egoístas, que también, pero no es el caso en esta reflexión y no queramos compartir el aceite, sino que mi marca de aceite es incompatible con la marca de la lámpara del otro, cada uno tenemos que mantener encendida nuestra propia lámpara y nadie podrá hacerlo por nosotros, únicamente nosotros podemos y debemos usar de nuestra moderación y prudencia y únicamente nosotros solos sabemos lo que podemos y debemos hacer.

        En realidad, la enseñanza principal, que aparentemente nos quiere anunciar el fragmento evangélico referido al título, es que hay que estar vigilantes porque no sabemos el día ni la hora. Realmente es lo mismo que  el pensamiento anteriormente expuesto: nuestras obras deben mantener encendidas nuestras lámparas para que cuando llegue el esposo nos coja con la luz encendida y la alcuza al cien por cien.


Pedro José Martínez Caparrós

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