¡Señor,
enséñanos a orar! Es
la petición que los discípulos hicieron a Jesús, como nos recuerda el Evangelio
de Jesucristo según san Lucas (Lc 11,1). Han visto la devoción de Jesús en su
oración con el Padre, tan diferente de la que habían visto y practicado antes,
que no pueden sino exclamar: “¡Señor,
enséñanos a orar”.
Y ante esta petición, llena de
humildad, reconociéndose incapaces de llegar a Dios con sus oraciones,
Jesucristo desgrana la más bella oración, la oración de oraciones, el
Padrenuestro. Y en ella, entre muchas peticiones y alabanzas al Padre, me
detengo en una: “…no nos dejes caer en la
tentación…”
Es decir, no pedimos, como nos enseña
Jesús, que nos quite la tentación, sino que no nos dejemos engañar por el
Maligno. Por tanto la tentación, el tener la tentación, el sufrir la tentación,
no es malo, sino todo lo contrario: es bueno. Dios ha dejado libre al hombre,
y, como tal, quiere que el hombre le ame con libertad. En toda tentación hay un
combate; es el combate en el que el hombre se enfrenta a la seducción del mundo
representada por Satanás, con sus mentiras y engaños, y, por otro lado, al Amor
que Dios le propone. En la tentación, nosotros elegimos a quién queremos
seguir; es así de simple: no podemos tener dos señores, pues seguiremos a uno y
dejaremos al otro. Elegimos entre el amor a Dios o el amor al mundo, con sus
seducciones. Dios nos creó libres y quiere
ser amado con libertad. Y en la victoria sobre la tentación, le decimos al
Señor que le amamos, que somos suyos y ovejas de su rebaño.
Por eso le pedimos que no se nuble
nuestro corazón, que no discutamos con la tentación, que huyamos del peligro.
Imaginemos un perro atado con una cuerda al cuello; el perro es un perro feroz,
y es tal, que si nos acercamos nos muerde. Mientras estemos fuera del radio de
alcance, no nos pillará, pero si estamos tan cerca de él que puede alcanzarnos,
nos destrozará. Así es la tentación; no podemos discutir con ella, sino salir
huyendo poniéndonos en las Manos de Dios.
El mejor ejemplo es ver cómo fue
tentado Nuestro Señor. Cuando Él comenzó su vida pública, nos relata Lucas que
fue llevado por el Espíritu al desierto. (Lc 4, 1-13) Y allí, después de
cuarenta días de ayuno Jesús sintió hambre. Ya sabemos que este número es
simbólico, pero en esencia, lo importante es que Jesús sintió la necesidad de
su cuerpo: el hambre.
Y es hermosísimo este ejemplo. ¡Qué
humildad la de Jesús la de sentir, como hombre, la necesidad! ¡Qué ejemplo de
Jesús, pasando por todas las situaciones por las que pasa el ser humano! Y
aparece el Tentador. El Padre no le quita la tentación, deja que Jesús se
enfrente al diablo. Y, en esta tentación, ante la necesidad humana, el diablo
arremete: “…ya que eres Dios, di que
estas piedras se conviertan en pan…”
Es decir: como eres Dios y todo lo puedes, ¡no
pases hambre! ¡Haz el milagro! ¡El sufrimiento no es para ti! ¡No hagas la
Voluntad del Padre! Eso no es para ti…
Y Jesús contesta con sabiduría: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
Palabra que sale de la boca de Dios; es decir, el hombre, la persona, la
que un día resucitará-no resucita el alma, sino el alma+ el cuerpo-, necesita
el alimento del pan, pero sobre todo, del PAN
DE LA PALABRA. No en vano dirá, más adelante: “…mi Cuerpo es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida…” (Jn
6,55)
La Palabra, pues, es el alimento del
alma; la Palabra representada por su Santo Evangelio. Como nos dirá Juan en el Prólogo
del Evangelio: “…en el principio existía
la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios…”.
Jesucristo, Palabra Eterna del Padre,
y Sabiduría del Padre, se hace PAN
para nosotros en el Misterio Eucarístico.
En el episodio del encuentro de Jesús
con la mujer samaritana en el pozo de Jacob, cuando los discípulos vuelven para
traer la comida a Jesús, éste les contesta:
“…Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis. Mi alimento es
hacer la voluntad del que me ha enviado…” (Jn 4,31-35)
Así nos enseña el Divino Maestro,
Jesucristo, cómo espantar al demonio de nuestras vidas, cómo responde el
discípulo ante la tentación.
Alabado sea Jesucristo
Tomas Cremades
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