Recientemente
se viene hablando en la sociedad occidental de una enfermedad “la patología de
la abundancia” cuyos síntomas son diversos, cada uno los conoce y padece. Hay
que darse cuenta que un cierto tipo de bienestar fácil puede llegar a atrofiar
el crecimiento sano de la persona, aletargando su espíritu y adormeciendo su
vitalidad.
Pero, tal vez, uno de los
efectos más graves y generalizados de esta patología de la abundancia es la
comodidad, la saciedad y frivolidad. Es la ligereza en el planteamiento de los
problemas más serios de la vida. Es la superficialidad con que tratamos los
temas, que lo invade casi todo. Este cultivo de lo frívolo se traduce, a
menudo, en incoherencias fácilmente detectables entre nosotros.
Quizás tengamos que darnos
cuenta de estas incoherencias y estar alertas, atentos, en vela como nos dice
el Evangelio. ¿Cuáles son estas incoherencias? Vamos a revisar algunas para
intentar no volver a caer en ellas.
Se descuida la educación
ética en la enseñanza o se eliminan los fundamentos de la vida moral, y luego
nos extrañamos por la corrupción de la vida pública. Se incita a la ganancia
del dinero fácil, se promueven los juegos de azar, y luego nos lamentamos de
que se produzcan fraudes y negocios sucios.
Se educa a los hijos en que
no se comprometan con nada y en la búsqueda egoísta de su propio interés y
provecho, y más tarde sorprende que se desentiendan de sus padres ancianos.
Dejamos el control de la TV en cualquier mano, esa TV que nos describe violentamente
muertes y asesinatos, violaciones y agresiones sexuales y luego nos quejamos de
que se produzcan violencias domésticas y callejeras, conductas antisociales, y
muertes inexplicables.
Cada uno se dedica a lo
suyo, ignorando a quien no le sirva para su propio interés o placer inmediato,
y luego nos extrañamos de sentirnos terriblemente solos. En nuestras propias
familias, nos mostramos hirientes, ofensivos, distantes, desunidos, y luego nos
sorprende que no sea posible la reconciliación, el perdón y la paz entre
nosotros.
Se exalta el amor libre y
se trivializan las relaciones extramatrimoniales, y al mismo tiempo nos
irritamos ante el sufrimiento inevitable de los fracasos y rupturas de los
matrimonios. Nos alarmamos ante esa plaga moderna de la depresión y el
“estrés”, pero seguimos fomentando un estilo de vida agitado, superficial,
vacío y competitivo. Estos y otros muchos son unos signos de que estamos
despistados, dormidos, frívolos…
De la frivolidad sólo es
posible liberarse despertando de la inconsciencia, reaccionando con vigor y
aprendiendo a vivir de manera más lúcida, más consciente y coherente.
Este es precisamente el
grito del evangelio, al comenzar un nuevo año litúrgico en este Adviento de
2016: “Despertad. Sacudíos el sueño. Estad en vela”. Nunca es tarde para
escuchar la llamada de Jesús a “vivir vigilantes”, despertando de tanta
frivolidad y asumiendo la vida de manera más responsable.
Precisamente, esto es lo
primero: Reaccionar y mantener despierta la resistencia y la rebeldía. Atrevernos
a ser diferentes. No actuar como todo el mundo. No identificarnos con lo
inhumano de esta sociedad. Vivir en contradicción con tanta mediocridad y falta
de sensatez. Iniciar la reacción, eso es lo primero.
Y en esta tarea nos deben
animar dos convicciones. El hombre no ha perdido su capacidad de ser más humano
y de organizar una sociedad más aceptable. Pero es que, además, el Espíritu de
Dios sigue viniendo y actuando en la historia y en el corazón de cada persona.
Hay que animarse: Es
posible cambiar el rumbo equivocado que llevamos. Lo que se necesita es que
cada vez haya más personas lúcidas que se atrevan a introducir sensatez en
medio de tanta locura, sentido moral en medio de tanto vacío ético, calor
humano y solidaridad en el seno de tanto pragmatismo sin corazón, austeridad en
medio de tanta abundancia; justicia ante tanta desproporción de niveles.
¿De qué tengo que
despertar? ¿En qué tengo que estar alerta?
J. Jáuregui
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