maría, madre del rey de la paz
La liturgia de esta fiesta es rica de contenidos que convergen en las
diversas circunstancias que se dan en el día: la primera lectura alude al
comienzo del año civil y pide la paz para todos. Este tema coincide además con
la celebración de la Jornada anual de la paz. La segunda y primera parte del
Evangelio ilustra la solemnidad que se celebra,
Santa María, madre de Dios. Finalmente el Evangelio, en su segunda parte,
recuerda que a los ocho días del nacimiento – un día como hoy- el Niño fue circuncidado y agregado
oficialmente al pueblo de Dios. Todo se
resume en maternidad de María y don de la paz y
se puede unificar en “María, madre del Rey de la paz”.
Se suele
definir la paz como ausencia de guerra,
situación que se asegura apelando a las exigencias del bien común y
especialmente con el equilibrio de
poderes. Para el cristiano la paz es algo más profundo. Etimológicamente en
hebreo chalom, paz significa armonía. Hay paz cuando cada miembro
está en su sitio, realizando y cumpliendo con su propia tarea. La consecuencia
de esta situación es la tranquilidad, otro
sentido secundario que tiene paz, pero una tranquilidad que es el fruto de la
justicia.
Jesús es el
príncipe de la paz, porque ha hecho posible un paz nueva, que no consiste en
imponer desde fuera un orden, sino en vivir internamente
ordenados, pacificados, y proyectar esta situación sobre todo lo que nos
rodea. La debida armonía que Jesús nos ha conseguido con su muerte y
resurrección es ser hijos de Dios y
hermanos entre nosotros. Es una armonía existencial que da sentido a la
vida. Respecto a Dios, somos hijos y él es nuestro Padre; respecto a los
hombres somos hermanos, unos reales, otros en potencia, hijos del mismo Padre.
Esta realidad es auténtica y se legitima en la medida en que la proyectamos
sobre la sociedad que nos rodea, familia, trabajo, ciudad, nación, mundo,
trabajando por la justicia y un mundo mejor.
Jesús no sólo
hace posible la paz, él mismo es nuestra
paz (Ef 2,14), puesto que en él, incorporados a su cuerpo, somos hijos en el Hijo y hermanos en el Hermano.
Por eso la unión a Jesús alimenta nuestra tarea de vivir la paz y ser
constructores de paz.
Jesús enseña
en la Bienaventuranzas que el trabajo por la paz es básico para sus discípulos:
Bienaventurados los que trabajan por la
paz porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9), es decir, los que ahora colaboran en la tarea de crear un mundo
de hijos y hermanos, llegarán a la plenitud de la filiación y la fraternidad en
el reino futuro.
Esta tarea
tiene varios aspectos: es básico que trabajemos por pacificarnos personalmente,
integrando debidamente nuestra realidad sicosomática. La persona no pacificada
proyecta discordia. Después exige un decidido compromiso por la justicia,
trabajando por la debida paz social en la familia, trabajo, ciudad, nación.
Finalmente colaborando en la paz eclesial, conscientes de la tarea común dentro
del cuerpo de Cristo ( 1 Cor 12).
Al comienzo del año, ponemos en manos
de María el deseo de colaborar por un mundo más pacificado.
La Eucaristía
celebra el don de la paz, la pedimos como don de Dios y nos une al Príncipe de la paz. Por eso nos
damos un saludo de paz, que debe ser un compromiso por ella.
Don Antonio
Rodríguez Carmona
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