María modelo de
esperanza, reina del Adviento
La palabra
proclamada ayuda a aproximarnos al misterio que celebramos, María concebida en
plenitud de gracia, sin pecado original. La segunda lectura recuerda el plan
divino de salvación: Dios padre es el primero que ha pensado en cada uno de
nosotros con amor y ha querido nuestra existencia para que seamos hijos en su
Hijo, compartiendo su felicidad; nos ha destinado a la plenitud del amor en el
Hijo, que es el amor inmaculado y santo.
La humanidad, en
sus comienzos, rechazó este plan por el pecado original, pero Dios prometió al
hombre engañado que superaría esta situación con una victoria sobre el mal
(primera lectura). Esta victoria tuvo lugar con la obra de Cristo (segunda
lectura), de la que participó María desde el primer momento de su existencia, vivida
en plenitud de gracia y amor, santa e inmaculada, en previsión de los méritos de su Hijo, único
salvador universal (Evangelio). La Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, ha
descubierto esta verdad en las palabras dirigidas a María: llena de gracia.
En medio del
Adviento, esta misterio es para todos motivo de esperanza: Dios cumple lo que
promete y da a cada uno los medios adecuados para que coopere en su plan
concreto en la Historia de la salvación y pueda así realizar su vocación de ser
sus hijos, destinados a ser
santos e inmaculados en el amor, en su Hijo (segunda lectura). En el
bautismo hemos recibido una gracia básica que anula la incapacidad del pecado
original y nos capacita para amar y recibir las ayudas necesarias para llegar
al final, de forma análoga a cómo las recibió María en la realización de
misión. Por eso esta fiesta es un recordatorio de que el objetivo que Dios
quiere que alcancemos cada uno, lo podemos alcanzar, porque su gracia nos
acompaña, aunque a veces no sintamos nada e incluso nos parezca que Dios nos
abandona. ¿Supo María que había sido concebida en plenitud de gracia?
Posiblemente no fue consciente hasta el final. Lo importante para ella no fue
sentir o dejar de sentir sino la fe y la convicción de que Dios le daría los medios necesarios para
realizar su vocación.
Por otro lado,
la vivencia concreta de su misión por parte de María la convierte en modelo de
esperanza para todos: escuchó la palabra de Dios para el que nada es
imposible y creyó en ella, a pesar de las dificultades que entrañaba la
misión que recibía que le cambiaba y complicaba la vida. A esto contribuyó su
humildad radical de esclava del Señor. Por eso Isabel le da a conocer
que ya han comenzado a realizarse las palabras del ángel y la felicita como
creyente: “Bendita la que ha creído
que se realizarán las palabras del Señor”. Y todo esto en contexto de alegría. Dios da
los medios para realizar la misión con alegría: alégrate... A lo que responde en el Magníficat: Se
alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. Reconoce la gracia salvadora de Dios y esta
experiencia la llena de alegría. Dios complica la vida en función de la
salvación de los demás, pero no la amarga.
Finalmente María
es madre de la Esperanza personificada en Jesús, que la hecho posible.
La Eucaristía es
lugar privilegiado para agradecer al Padre, en primer lugar, la obra que ha
realizado en María, y junto con esto, la
vocación que nos ha dado y los medios que estamos recibiendo para llevarla a
cabo. Por otra parte, es alimento de los hijos que capacita para seguir adelante, creciendo santos
e inmaculados en el amor, y garantía de que llegaremos a la meta querida
por el Padre.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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