“Dios mío…
Ayúdame a decir la palabra de la verdad en la cara de los fuertes;
y a no mentir para congraciarme el aplauso de los débiles.
Si me das dinero, no tomes mi felicidad;
y si me das fuerzas, no quites mi raciocinio.
Si me das éxito, no me quites la humildad;
si me das humildad, no quites mi dignidad.
Ayúdame a conocer la otra cara de la imagen,
y no me dejes acusar a mis adversarios, tachándoles de traidores porque no
comparten mi criterio.
Enséñame a amar a los demás, como me amo a mi mismo, y a juzgarme como lo
hago con los demás.
No me dejes embriagar con el éxito cuando lo logre; ni desesperarme si
fracaso.
Más bien, hazme siempre recodar que el fracaso es la prueba que antecede al
éxito.
Enséñame que la tolerancia es el más alto grado de la fuerza, y que el
deseo de venganza es la primera manifestación de la debilidad!
Si me despojas del dinero, déjame la esperanza!
Si me despojas del éxito, déjame la fuerza de voluntad para
poder vencer el fracaso.
Si me despojas del don de la salud, déjame la gracia de la Fe.
Si hago daño a la gente, dame la fuerza de la disculpa;
Y si la gente me hace daño, dame la fuerza del perdón y la clemencia.
Dios mío… Si yo me olvido de Ti… ¡Tu no
te olvides de mí!...
Amén.”
(Tomado de
“Encuentro con la Palabra” – Enero/2008- Editorial Santa María)
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