Desde
los tiempos de Moisés, el hombre ha querido conocer y, sobre todo, ver, el
Rostro de Dios. En el libro del Éxodo hay un diálogo muy hermoso entre Yahvé y
Moisés: “…Entonces Moisés dijo a Yahvé:
¡Déjame ver tu Gloria! Él le contestó: Yo haré pasar ante tu vista toda mi
bondad y pronunciaré delante de ti el Nombre de Yahvé; pues concedo mi favor a
quien quiero y tengo misericordia con quien quiero. Y añadió: Pero mi Rostro no
podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir viviendo. Aquí hay un sitio
junto a mí; ponte sobre la Roca. Al pasar mi Gloria, te meteré en la hendidura
de la Roca y te cubriré con mi Mano hasta que Yo haya pasado. Luego apartaré mi
Mano, para que veas mis espaldas, pero mi Rostro no lo verás (Ex33, 18-23.
Posteriormente,
los Salmos, la oración de Jesucristo, también se hacen partícipes de esta,
podríamos llamar, curiosidad, o mejor, necesidad, del hombre por querer creer
basándose en lo que ven sus ojos o tocan sus manos. El hombre de hoy, adolece
de estos mismos pensamientos. El rey David, en el canto del Miserere, nos dirá:
“…No me arrojes lejos de tu Rostro
No
me quites tu Santo Espíritu…
” (Sal 50)
Pero
en la conversación de Moisés, y la contestación de Dios-Yahvé, hay varias notas
catequéticas que no podemos dejar pasar. Moisés pide ver su Rostro, su Gloria.
Y Yahvé le contesta con dos sinónimos: su Bondad, y su Nombre, arropados por su
Favor y su Misericordia. Dios le invita, no a verlo –no puede seguir vivo -;
pero le deja un lugar junto a Él. Es lo que luego nos dirá Jesucristo: “…Voy a prepararos un sitio…en la Casa de mi
Padre hay muchas moradas; voy a prepararos un lugar. Y cuando lo haya
preparado, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo esté, estéis también
vosotros…”(Jn 14,2-4).
Continúa Yahvé: “Ponte sobre la Roca”. Es decir, acércate a Jesucristo, la
Roca. Y nos recuerda la hendidura de la Roca, que es ni más ni menos, que el
Costado abierto de Cristo, de donde salió, como sabemos, sangre y agua,
símbolo, según dicen los Santos Padres de la Iglesia, de la Eucaristía y el
Bautismo. Hendidura que Dios cubre con su Mano, indicando su protección sobre
él, para que vea sus espaldas, como símbolo, según los exégetas, de su
Misericordia.
Digo para mis adentros: “Buscad mi
Rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu Rostro. No rechaces con ira
a tu siervo, que Tú eres mi auxilio” (Sal 26.
Alabado sea Jesucristo
Tomas
Cremades
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