esperanzas humanas y
esperanza teologal
El profeta Isaías con ricas imágenes
continúa recordando el futuro de felicidad que Dios ha preparado (1ª lectura),
futuro que ya debe tener su eco en
nuestro mundo haciendo justicia a los oprimidos, dando pan a los
hambrientos, liberando a los cautivos, dando vista a los cielos... (Salmo
responsorial). En el Evangelio Jesús se acredita como el Mesías prometido
porque ya ha comenzado a realizar estos signos, garantía de la plenitud que
ciertamente llegará y hemos de esperar con paciencia (segunda lectura). En la
Biblia la paciencia es una manifestación
de la esperanza: el que espera con certeza, tiene paciencia hasta que
llegue.
El pueblo judío cree y espera en las
promesas de salvación: Dios en persona vendrá en plan triunfal y poderoso e
instaurará un mundo de justicia y felicidad. Pero la realidad es que Dios salva
por sus ungidos y capacitados para
salvar en su nombre. En este contexto envía a su Hijo como el Ungido por excelencia para comenzar el
cumplimiento de esta salvación. Realiza su obra, primero, anunciando el reino
de Dios futuro, pero, junto a esto, realizando signos de que este reino ya ha
comenzado. Por eso cura, resucita y todo esto dirigiéndose a los más abandonados,
el mundo de los pobres. Modo de obrar realmente escandaloso para las
expectativas triunfalistas y nacionalistas de los contemporáneos. De aquí las
serias palabras de Jesús a los enviados de Juan: Dichoso el que no se siente defraudado por mí, por esta forma de
actuar. En la obra de Jesús anuncio del reino futuro y signos del reino
presente son inseparables. La ayuda al prójimo es parte integral de la
evangelización. Ser cristiano es ser ungido,
compartiendo la tarea del Ungido.
Por ello hay que acreditarlo siendo instrumento de las esperanzas presentes del
prójimo. La esperanza cristiana es mesiánica.
Cuando se habla de esperar un futuro
glorioso, salta a la vista la realidad general de necesidades humanas
inmediatas que esperan solución. En este contexto ¿no es alienante la esperanza
cristiana? ¿No es una invitación a cerrar los ojos al presente? No. El
cristiano tiene que acreditar su condición siendo instrumento de Dios para
colmar las esperanzas humanas de los que lo rodean. No podrá resolverlo todo,
pero tiene obligación de hacer todo lo que pueda, de tal forma que saciaremos
nuestra esperanza plenamente en la
medida en que ahora saciemos las esperanzas humanas de nuestro prójimo. Al
final seremos juzgados de amor. Por otra parte, la esperanza del reino futuro
tiene que ayudar, primero, a purificar las esperanzas humanas, descartando las
que realmente no realizan sino que degradan a la persona y, por otra, a
relativizarlas. Por ello el cristiano debe ser instrumento de la alegría que
Dios quiere para su pueblo.
En la Eucaristía Jesús nos sigue salvando
a su estilo, en la pobreza y debilidad de una palabra proclamada y un pan y
vino consagrado, pero es presencia dinámica de su salvación que garantiza el
futuro y alimenta para vivir la unción cristiana que capacita para ser
sus instrumentos realizando los signos de la presencia del reino. Dios enjugará
en el futuro las lágrimas de todo aquel que ahora se dedica a enjugar lágrimas
de los que lo rodean, llevando
alegría, fortaleciendo las manos débiles y robusteciendo las rodillas vacilantes
(1ª lectura).
Don
Antonio Rodríguez Carmona
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