sábado, 10 de diciembre de 2016

III Domingo de Adviento




esperanzas humanas y esperanza teologal

       El profeta Isaías con ricas imágenes continúa recordando el futuro de felicidad que Dios ha preparado (1ª lectura), futuro  que ya debe tener su eco en nuestro mundo haciendo  justicia a los oprimidos, dando pan a los hambrientos, liberando a los cautivos, dando vista a los cielos... (Salmo responsorial). En el Evangelio Jesús se acredita como el Mesías prometido porque ya ha comenzado a realizar estos signos, garantía de la plenitud que ciertamente llegará y hemos de esperar con paciencia (segunda lectura). En la Biblia la paciencia es una manifestación  de la esperanza: el que espera con certeza, tiene paciencia hasta que llegue.

       El pueblo judío cree y espera en las promesas de salvación: Dios en persona vendrá en plan triunfal y poderoso e instaurará un mundo de justicia y felicidad. Pero la realidad es que Dios salva por sus ungidos y capacitados para salvar en su nombre. En este contexto envía a su Hijo como el Ungido por excelencia para comenzar el cumplimiento de esta salvación. Realiza su obra, primero, anunciando el reino de Dios futuro, pero, junto a esto, realizando signos de que este reino ya ha comenzado. Por eso cura, resucita y todo esto dirigiéndose a los más abandonados, el mundo de los pobres. Modo de obrar realmente escandaloso para las expectativas triunfalistas y nacionalistas de los contemporáneos. De aquí las serias palabras de Jesús a los enviados de Juan: Dichoso el que no se siente defraudado por mí, por esta forma de actuar. En la obra de Jesús anuncio del reino futuro y signos del reino presente son inseparables. La ayuda al prójimo es parte integral de la evangelización. Ser cristiano es ser ungido, compartiendo la tarea del Ungido. Por ello hay que acreditarlo siendo instrumento de las esperanzas presentes del prójimo. La esperanza cristiana es mesiánica.

       Cuando se habla de esperar un futuro glorioso, salta a la vista la realidad general de necesidades humanas inmediatas que esperan solución. En este contexto ¿no es alienante la esperanza cristiana? ¿No es una invitación a cerrar los ojos al presente? No. El cristiano tiene que acreditar su condición siendo instrumento de Dios para colmar las esperanzas humanas de los que lo rodean. No podrá resolverlo todo, pero tiene obligación de hacer todo lo que pueda, de tal forma que saciaremos nuestra esperanza plenamente  en la medida en que ahora saciemos las esperanzas humanas de nuestro prójimo. Al final seremos juzgados de amor. Por otra parte, la esperanza del reino futuro tiene que ayudar, primero, a purificar las esperanzas humanas, descartando las que realmente no realizan sino que degradan a la persona y, por otra, a relativizarlas. Por ello el cristiano debe ser instrumento de la alegría que Dios quiere para su pueblo.

       En la Eucaristía Jesús nos sigue salvando a su estilo, en la pobreza y debilidad de una palabra proclamada y un pan y vino consagrado, pero es presencia dinámica de su salvación que garantiza el futuro y alimenta  para vivir la unción cristiana que capacita para ser sus instrumentos realizando los signos de la presencia del reino. Dios enjugará en el futuro las lágrimas de todo aquel que ahora se dedica a enjugar lágrimas de los  que lo rodean, llevando alegría,  fortaleciendo las manos débiles y robusteciendo las rodillas vacilantes (1ª lectura).

Don Antonio Rodríguez Carmona



No hay comentarios:

Publicar un comentario