miércoles, 14 de junio de 2017

Contemplativos



Un monje oriental, Simeón el Nuevo Teólogo, se consideraba como «un pobre que ama a sus hermanos».

Así deberían sentirse todos los que de una manera especial se consagran a Dios.

Quieren ser pobres. Le habían despojado de sus bienes materiales. Pero no bastaba. Le fueron despojando de otros bienes más apreciados y queridos. Pero más. El Señor les pedía no una parte del corazón, sino todo el corazón. Que se presentaran ante él con el corazón vacío.

Entonces el vacío sería plenificado por Dios mismo. Los pobres de Yahveh. Un contemplativo tiene que ser un instrumento dócil en las manos de Dios.

Un contemplativo, el que contempla a Dios, el que se abre a Dios, el que guarda su Palabra. Y así, de tanto mirar y escuchar a Dios se irá transformando en un ser divino; pensará, sentirá y actuará como Dios. Y como el Dios cercano se llama Jesucristo, de tanto mirarlo y escucharlo, tratará de ser otro Cristo, que prolongará su presencia en nuestra sociedad.

Corazón vacío, sí, pero lleno de nombres. El encuentro con Dios, la unión con Cristo, no le apartarán de los hombres, sus hermanos. Ellos no viven para sí, sino para los demás. Diríamos que llevan al mundo en sus manos, en su mente, en su alma.


Rezan a Dios y ruegan por los hombres. Sufren para Dios y lloran por los hermanos. Trabajan para Dios y luchan por los hijos de Dios. Alaban a Dios y agradecen por todo y por todos. Tienen siempre sus lámparas encendidas; hijos son de las bienaventuranzas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario