El Corazón de Cristo es símbolo de la fe cristiana, particularmente amado
tanto por el pueblo como por los místicos y los teólogos, pues expresa de una
manera sencilla y auténtica la "buena noticia" del amor, resumiendo
en sí el misterio de la encarnación y de la Redención.
La solemnidad litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús es la tercera y última
de las fiestas que han seguido al Tiempo Pascual, tras la Santísima
Trinidad y el Corpus Christi. Esta sucesión hace pensar en un movimiento
hacia el centro: un movimiento del espíritu guiado por el mismo Dios.
Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en
los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un
corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el
Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno.
En mi primera encíclica sobre el tema del amor, el punto de partida ha sido
precisamente la mirada dirigida al costado traspasado de Cristo, del que habla
Juan en su Evangelio (Cf. 19,37; Deus caritas est, 12).
Este centro de la fe es también la fuente de la esperanza en la que hemos
sido salvados, esperanza que ha sido el tema de mi segunda encíclica.
Toda persona necesita un "centro" para su propia vida, un
manantial de verdad y de bondad al que recurrir ante la sucesión de las
diferentes situaciones y en el cansancio de la vida cotidiana.
Cada uno de nosotros, cuando se detiene en silencio, necesita sentir no
sólo el palpitar de su corazón, sino, de manera más profunda, el palpitar de
una presencia confiable, que se puede percibir con los sentidos de la fe y que,
sin embargo, es mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo.
Os invito, por tanto, a cada uno de vosotros a renovar en el mes de junio
su propia devoción al Corazón de Cristo.
Uno de los caminos para revitalizar esta devoción al Corazón de Cristo
es valorar y practicar también la tradicional oración de ofrecimiento del
día y teniendo presentes las intenciones que propongo a toda la Iglesia.
Junto al Sagrado Corazón de Jesús, la liturgia nos invita a venerar el
Corazón Inmaculado de María. Encomendémonos siempre a ella con gran confianza.
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