Infinidad de
veces hemos pensado, dialogado y hasta especulado con la idea del cielo.
¿Dónde?, ¿cómo?, ¿qué es?, etc.
Cada uno
tenemos nuestra idea, cada persona, de acuerdo con su carácter, forma de ser,
pensamiento, instrucción o tipo de educación, ‒que seguro que todo esto influye‒, digo que cada cual se ha hecho
su composición de lugar o ha forjado su idea. Además, mucho han dejado escrito
al respecto las plumas más autorizadas. ¡Cuántos escritos de todo tipo! Desde
los ensayos más profundos y argumentados hasta las formas más pueriles bajo el
formato de cuento.
Sí, pero cada uno hemos ideado nuestro
cielo, le hemos dado la hechura y diseño más acorde con nuestro parecer. Una
pista más fiable para llegar a una aproximación de su concepción nos las dejan
los evangelios sinópticos en el pasaje de la transfiguración, cuando ponen en
boca del impetuoso Pedro las siguientes palabras: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías”. Según las interpretaciones más
comunes, la transfiguración fue una especie de adelanto a los tres apóstoles
predilectos de lo que es el cielo.
La naturaleza humana todo lo que busca es
estar a gusto y alcanzar la felicidad. Por tanto si aquel adelanto celestial a
Pedro le pareció tan bien que, dentro de su estado de inconsciencia provocada
por aquella visión, propuso quedarse allí, es porque en el cielo se está bien.
¡Qué más da la forma adoptada! La esencia es el bienestar, según la percepción
del apóstol.
Ahora bien, esta reflexión corresponde a la
parte somática. Pero resulta que también tenemos un espíritu, que no siempre
sintoniza con la materia, mas en esto sí quizá estén de acuerdo. Si la
felicidad espiritual consiste en estar en presencia del amado, la
identificación eterna con Él y haber alcanzado la meta por la que hemos
luchado, pese a los sinsabores o desprecios por su causa en esta vida terrenal,
entonces casa el punto de vista material con el espiritual.
Otro
detalle y no nimio de la anterior cita. El apóstol Pedro, en su propuesta al
Maestro, se olvida de mencionar hacer una tienda para ellos, para él mismo;
¿olvido? o que en realidad lo experimentado fue verdaderamente un adelanto o
visión real del cielo y aquello colmaba toda sus aspiraciones y no necesitaba
nada más.
Entretanto otra manera de adelantar esa
felicidad es con la entrega y amor al prójimo, cuando el amor a los otros
llega, llega la felicidad y queda un regusto incomparable a cualquier otra cosa
material; esa misma entrega ¿es ya también un adelanto del cielo?
En consecuencia ya vamos teniendo la idea de
lo que es el cielo: una perpetua felicidad, por encima del sentido que le damos
a esta palabra ‒bienestar y ausencia de cualquier tipo de problema‒, por el
hecho de haber conseguido o alcanzado el fin último buscado y luchado. Si
cuando alcanzamos pequeñas parcelas y metas materiales sentimos un cierto
regusto de satisfacción inexplicable por su difícil definición y una
indescriptible sensación de bien, ¡cuánto más será el culmen de la meta
definitiva y eterna!, la meta de las metas: el estar junto al Ser que nuestra
alma ha anhelado desde siempre.
Pedro José Martínez Caparrós
No hay comentarios:
Publicar un comentario