Conocer y adorar a dios
uno y trino
Terminado el ciclo pascual, la liturgia invita a hacer dos subrayados de los
misterios celebrados, uno está centrado en el agente de toda la Historia de
salvación, Dios uno y trino, y otro en la Eucaristía. Respecto al primero, la oración de la misa
hace dos peticiones que orientan esta celebración: conocer el misterio de Dios
y adorarlo.
Conocer el misterio de Dios es importante porque determina las relaciones
del hombre con Dios y con los hombres.
Dios es uno, como recuerda la primera lectura, y trino, como recuerdan
las otras dos.
Dios es uno y siempre ha querido ser conocido y adorado por el hombre.
Para eso dotó a la humanidad de razón, capaz de llegar a él por medio de la
creación, meta que de hecho alcanzó (Rom
1,18-23 cf Sap 13,1-9). Pero, dadas las oscuridades propias de este
conocimiento, ha querido darse a conocer de forma más clara, revelándose a la
humanidad por medio de un pueblo elegido para ser su testigo, Israel. La
primera lectura recuerda una de las apariciones iniciales en que se revela a
Moisés como único Señor, poderoso y a la vez clemente y compasivo, es decir,
como un Ser que ama y quiere tener relaciones con la humanidad para derramar
sobre ella su misericordia poderosa. Exige ser adorado exclusivamente para que
el hombre tenga vida y excluye todo tipo de idolatría, porque los ídolos no son
más que concreciones del pecado y destruyen al hombre.
Jesús acepta esta doctrina, como enseña cuando responde que el
principal mandamiento es Escucha, Israel,
el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón... (Mc 12,29-31), pero además nos ha dicho que
este Uno no es un eterno egoísta solitario, porque eso contradice a su esencia
de amor que implica darse, sino que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ha
explicado que el Padre es el origen y fuente absoluta del amor y como tal tiene
que amar; que el término de este amor es el Hijo, cuya esencia es ser amado y
como tal tiene que devolver el amor al Padre; y que este amor mutuo es el
Espíritu que también tiene una entidad propia. Se trata de una enseñanza que
aparece de diversas maneras en el Nuevo Testamento y por eso es seña de
identidad de los cristianos. La Iglesia recibió esta enseñanza y profundizó en
ella, acuñando para ella el nombre de trinidad
con el fin de sugerir el misterio de tres personas y un solo Dios.
Jesús nos ha acercado más al misterio de Dios, no para complicarnos
con conocimientos enrevesados, sino porque es necesario para nuestra vida
cristiana, ya que participamos la
naturaleza divina (2Pe 1,4) y el
conocimiento de nuestro ADN o nuestro
“grupo sanguíneo” nos ayuda a realizarnos mejor. Por un lado, porque nuestro “grupo sanguíneo” proviene de Dios
uno y trino, cada uno tiene que ser una
persona que busca su perfección, pero en el amor, abierta a los demás. La persona es autónoma e independiente,
responsable, pero a la vez social; por otro, se nos enseña que las acciones de
Dios hacia la humanidad son comunes, pero que cada persona divina deja su
impronta. Así la segunda lectura nos habla del amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo,
lo que implica que todos los dones que recibimos son manifestación del amor del
Padre, de la gratuidad del Hijo y de la comunión del Espíritu, lo que exige que
nuestras acciones se realicen en el amor, la gratuidad y la comunión. Igualmente
en 1 Co 12,4-6 Pablo enseña que todos
los dones en cuanto que provienen del Padre son poder, que capacitan para actuar, en cuanto que provienen del Hijo
son servicio que piden que el poder
se ejercite como servicio, y en cuanto que provienen del Espíritu son gracia que piden que se ejerciten en la
gratuidad.
Adorar a Dios uno y trino, acción que
se significa con la genuflexión y postración, implica aceptar su soberanía con
una vida obediente a su voluntad, es decir, dejarse transformar por Dios, dejar
que Dios sea nuestro Dios. El conocimiento de Dios es necesario para adorarlo
adecuadamente. Jesús atribuye su rechazo
por parte de los dirigentes judíos y la futura persecución de la Iglesia al
hecho de que los que hacen esto no conocen a Dios, que es amor, servicio y
gratuidad y en su lugar sirven a un dios falso que justifica el odio (cf
Jn 15,21-25; 16,3).
Celebrar la Eucaristía es celebrar el misterio de Dios uno y trino. El
Espíritu Santo nos une a Cristo y por Cristo adoramos al Padre, ofreciendo
nuestra vida. Todo esto se significa en la gran doxología: Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad
del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
No hay comentarios:
Publicar un comentario