viernes, 9 de junio de 2017

Solemnidad de la Santísima Trinidad



Conocer y adorar a dios uno y trino

Terminado el ciclo pascual, la liturgia  invita a hacer dos subrayados de los misterios celebrados, uno está centrado en el agente de toda la Historia de salvación, Dios uno y trino, y otro en la Eucaristía.  Respecto al primero, la oración de la misa hace dos peticiones que orientan esta celebración: conocer el misterio de Dios y adorarlo.

Conocer el misterio de Dios es importante porque determina las relaciones del hombre con Dios y con los hombres.  Dios es uno, como recuerda la primera lectura, y trino, como recuerdan las otras dos. 

Dios es uno y siempre ha querido ser conocido y adorado por el hombre. Para eso dotó a la humanidad de razón, capaz de llegar a él por medio de la creación, meta que de hecho  alcanzó (Rom 1,18-23 cf Sap 13,1-9). Pero, dadas las oscuridades propias de este conocimiento, ha querido darse a conocer de forma más clara, revelándose a la humanidad por medio de un pueblo elegido para ser su testigo, Israel. La primera lectura recuerda una de las apariciones iniciales en que se revela a Moisés como único Señor, poderoso y a la vez clemente y compasivo, es decir, como un Ser que ama y quiere tener relaciones con la humanidad para derramar sobre ella su misericordia poderosa. Exige ser adorado exclusivamente para que el hombre tenga vida y excluye todo tipo de idolatría, porque los ídolos no son más que concreciones del pecado y destruyen al hombre.

Jesús acepta esta doctrina, como enseña cuando responde que el principal mandamiento es Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...  (Mc 12,29-31), pero además nos ha dicho que este Uno no es un eterno egoísta solitario, porque eso contradice a su esencia de amor que implica darse, sino que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ha explicado que el Padre es el origen y fuente absoluta del amor y como tal tiene que amar; que el término de este amor es el Hijo, cuya esencia es ser amado y como tal tiene que devolver el amor al Padre; y que este amor mutuo es el Espíritu que también tiene una entidad propia. Se trata de una enseñanza que aparece de diversas maneras en el Nuevo Testamento y por eso es seña de identidad de los cristianos. La Iglesia recibió esta enseñanza y profundizó en ella, acuñando para ella el nombre de trinidad con el fin de sugerir el misterio de tres personas y un solo Dios.

Jesús nos ha acercado más al misterio de Dios, no para complicarnos con conocimientos enrevesados, sino porque es necesario para nuestra vida cristiana, ya que participamos la naturaleza divina (2Pe 1,4) y el conocimiento de nuestro ADN o nuestro “grupo sanguíneo” nos ayuda a realizarnos mejor. Por un lado, porque  nuestro “grupo sanguíneo” proviene de Dios uno y trino,  cada uno tiene que  ser una persona que busca su perfección, pero en el amor, abierta a los demás. La persona es autónoma e independiente, responsable, pero a la vez social; por otro, se nos enseña que las acciones de Dios hacia la humanidad son comunes, pero que cada persona divina deja su impronta. Así la segunda lectura nos habla del amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo, lo que implica que todos los dones que recibimos son manifestación del amor del Padre, de la gratuidad del Hijo y de la comunión del Espíritu, lo que exige que nuestras acciones se realicen en el amor, la gratuidad y la comunión. Igualmente en 1 Co 12,4-6  Pablo enseña que todos los dones en cuanto que provienen del Padre son poder, que capacitan para actuar, en cuanto que provienen del Hijo son servicio que piden que el poder se ejercite como servicio, y en cuanto que provienen del Espíritu son gracia que piden que se ejerciten en la gratuidad.

Adorar a Dios uno y trino,  acción que se significa con la genuflexión y postración, implica aceptar su soberanía con una vida obediente a su voluntad, es decir, dejarse transformar por Dios, dejar que Dios sea nuestro Dios. El conocimiento de Dios es necesario para adorarlo adecuadamente. Jesús atribuye su  rechazo por parte de los dirigentes judíos y la futura persecución de la Iglesia al hecho de que los que hacen esto no conocen a Dios, que es amor, servicio y gratuidad y en su lugar sirven a un dios falso que justifica el odio (cf Jn  15,21-25;  16,3).

Celebrar la Eucaristía es celebrar el misterio de Dios uno y trino. El Espíritu Santo nos une a Cristo y por Cristo adoramos al Padre, ofreciendo nuestra vida. Todo esto se significa en la gran doxología: Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona  




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