El que avisa no es traidor. Esta semana no es apta
para cardiacos. Algunos podrían sufrir incluso «sobredosis». Sobredosis de santidad,
es decir, de autenticidad y coherencia de vida, de amor y de humildad, de sinceridad
y de honradez, de entrega y de generosidad… Valores tan poco frecuentes hoy,
que al descubrir cómo los vivían algunos santos, tratando de imitar al Señor,
muchos puedan quedar «alucinados», «tocados», «descolocados» o «fascinados»…
ante su testimonio de vida.
El día 21 celebramos la fiesta de San Ramón
del Monte, obispo de Barbastro, nuestro patrono aunque siga siendo el gran
desconocido. Fue un gran ejemplo de amor al prójimo, de espíritu conciliador y
dialogante, de una fe inquebrantable… Un santo ¾como afirma María Puértolas¾
cuyos valores siguen siendo un referente para todos los hijos del Alto Aragón.
Un modelo a seguir y, aunque casi nos separen 1000 años, su figura y su legado
siguen siendo únicos y están todavía vigentes. Dos días después, el 23 de
junio, celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que no
ofrece ninguna «póliza de seguro» sino que desvela el inmenso amor que Dios nos
tiene y cómo ha de estar enardecido, purificado y conformado nuestro corazón
con el de Cristo. El día 24 celebramos la fiesta de la natividad de San
Juan Bautista, el hombre más grande nacido de mujer, según refiere Nuestro
Señor. Profeta auténtico, austero, sincero, honrado, recto, servidor
insobornable de la verdad. Valores que trató de encarnar aunque le costara la
vida. Tres fiestas marcadas por el «fuego del Espíritu» que enciende, purifica
y conforma nuestros corazones con el mismo Corazón de Jesús.
La «FIESTA» es la forma que tenemos las personas de
exteriorizar estos valores, de expresar el gozo y la alegría interior que cada
uno vive y siente. Necesitamos agradecer y celebrar la vida. ¡Qué son los
sacramentos sino la celebración de los siete momentos más importantes de
nuestra propia vida! Anhelamos la fiesta. No una «fiesta enlatada» sino la
fiesta que emerge desde dentro, la fiesta que nos dignifica, nos humaniza y nos
diviniza. Nuestros mayores que sembraron de fiestas el calendario es lo que
querían hacernos entender. La vida sólo tiene pleno sentido y fecundidad en
Dios. Él es quien realmente conforma nuestro modo singular de ser y nos ayuda
a «humanizar – divinizar» la vida y nuestras relaciones con los demás.
A nadie se le escapa el desconcierto, que en
cualquiera de sus ámbitos, se halla sumida hoy la humanidad entera. No es
extraño, por tanto, que el corazón humano se sienta interiormente, en muchas
ocasiones, desorientado, amenazado, manipulado, deshabitado… En una palabra,
triste vacío. Tal vez, una de las causas, pueda ser que el hombre ha invertido
las relaciones que le vinculaban con la creación, con los demás y con Dios.
Como hiciera Mosén Sol en su tiempo ―aunque para muchos pueda resultar
insólito― también hoy podríamos encontrar en la adoración
eucarístico-reparadora, ligada a la devoción al Corazón de Jesús, tan propia de
su tiempo, la clave para recrear a todo hombre y al hombre todo en
Cristo. Él sigue siendo hoy el único que ciertamente puede restablecer la
dignidad perdida, «reparar» a la humanidad caída, devolver a la tierra la
caridad hurtada y hacer nuevas todas las cosas.
Hoy, igual que ayer, aunque tratemos de cambiar el
nombre, la vida está marcada por dos tiempos. Para nuestros abuelos, que de
ingenuos tenían poco, la vida venía sellada por Dios. Establecieron un «tiempo
sagrado», de fiesta, caracterizado por el descanso dominical (donde se mudaban
de ropa y se relacionaban con los demás en la casa de Dios o en la plaza del
pueblo tomando el vermú), por las grandes solemnidades litúrgicas (la
Inmaculada, la Navidad, la Semana Santa, la Pascua, la Ascensión, Pentecostés,
la Santísima Trinidad, el Corpus Christi…) y por las fiestas patronales (San
Ramón, San Mateo, San Pedro, el Santo Cristo de los Milagros, la Virgen del
Pilar, el Santo Cristo y San Vicente Ferrer, etc.); frente al «tiempo profano»,
de trabajo, marcado por el ritmo de las cosechas. Para nuestros padres, en esta
era secularizada y postmoderna, la vida viene caracterizada por la producción y
el consumo donde nuestras relaciones son mucho más abundantes pero efímeras. Se
establece el ritmo del «finde» (fin de semana) y de las cuatro fiestas
religiosas (muchas veces descafeinadas o comercializadas) que cada comunidad
autónoma autoriza en su calendario laboral. Los cinco días restantes de la
semana, están marcados por un ritmo de vida tan frenético que, en no pocos
casos, nos conducen al “estrés” o a la “depre”.
Tal vez pueda estar confundido pero, a medida que
buceo por vuestro corazón, me asalta la duda de qué es lo que realmente nos
hace más felices, más fecundos, más libres y más auténticos a los seres
humanos. Sigo creyendo que, como imagen de Dios que somos, lo que verdaderamente
nos construye como personas es querernos a nosotros mismos, relacionarnos con
los demás, desvivirnos por ellos y juntos tratar de construir un mundo más
humano y habitable donde todos descubran la dignidad de ser hijos de un mismo
Padre que nos ha creado por amor y anhela que un día podamos compartir
eternamente con Él su misma gloria.
Ojalá que el Corazón de Jesús nos haga entender a
todos que no se puede permanecer cruzados de brazos esperando que Dios resuelva
nuestros problemas sino hacer visible, como San Ramón o San Juan Bautista, el
regalo que Él puso en nuestras manos: el de respetarnos, querernos y ayudarnos…
Un verdadero milagro, aparentemente imperceptibles, pero que es el que cambia
desde dentro el corazón de las personas y de los pueblos.
Durante estos meses de verano, aprovechando las
vacaciones de los hijos que vuelven a sus pueblos de origen, se celebrarán
multitud de fiestas y romerías. Disfrutad de la naturaleza y de un merecido
descanso. Recread vuestra vida familiar. Aprovechad también para volver a las
raíces cristianas, despertando al Dios que lleváis dentro, recitando esta
hermosa y comprometida oración:
Señor,
no tienes manos,
tienes sólo nuestras manos
para construir un mundo nuevo donde habite la
justicia.
Señor,
no tienes pies.
tienes sólo nuestros pies
para poner en marcha a los hombres por el camino de la
libertad.
Señor,
no tienes labios.
tienes sólo nuestros labios
para proclamar al mundo la buena noticia que es tu
Evangelio.
Señor,
no tienes corazón,
tienes sólo nuestra acción
para lograr que todos los hombres sean hermanos.
Con mi afecto y mi bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo Barbastro-Monzón
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