El salmista manifiesta
su plena confianza en Dios porque "su vara y su cayado le sosiegan".
En la vertiente catequética publicada ayer, insistimos en esa faceta de los
discípulos de Jesús de dejarse cuidar por Él. En la que publicamos hoy, nos
apetece verle cumpliendo su misión apoyado en su Padre que le envía al mundo
para salvarlo. El cayado que sirve de apoyo a los pastores, nos habla de Jesús
apoyándose una y otra vez, y hasta su ignominiosa muerte, en su Padre.
Veamos esto
catequéticamente adelantando así esta bellísima noticia: El cayado que sostiene
y fortalece nuestra relación con Jesús es imagen y figura del suyo con el que
se apoyó en el Padre. Jesús, como fue profetizado, es sostenido por su Padre:
“He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi
alma…” (Is42,1). Hemos leído bien. Su Padre que le sostiene es su cayado, de
ahí la continua referencia que hace Jesús al Padre, llegando incluso a afirmar
que el Evangelio que sale de sus labios salió antes de los labios de su Padre.
“…Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha
mandado lo que tengo que decir y hablar… Por eso, lo que yo hablo lo hablo como
el Padre me lo ha dicho a mí” (Jn 12,49-50).
Su Padre le habla, se
le manifiesta y testifica ante el pueblo reunido en el Jordán, que es su Hijo
amado en quien se complace, testimonio que ratifica en el Tabor (Mt 17,5).
Efectivamente, Jesús puede decir: Yahveh es mi Padre y mi Pastor, también mi
Cayado, la Fuerza que me sostiene. Nos invade el asombro al ver que lo que
Jesús llama su Cayado bendito, Israel, el pueblo elegido, lo convierte en
maldición. Recordemos que, a lo largo de su misión, fue considerado ignorante,
endemoniado, embaucador; por último y como razón para poderle condenar,
blasfemo (Mt 26,65-66).
Ahí está la mentira y
su Príncipe convirtiéndose como única “verdad” del pueblo elegido. Recordemos
que todo el pueblo, a coro con los sumos sacerdotes y escribas, blasfemaron
contra el Hijo de Dios y el Cayado que según Él le sostenía: “…Ha puesto su
confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que
dijo: Soy Hijo de Dios” (Mt 27,43). El Príncipe de la mentira se adueñó del
corazón de Israel, quien convirtió el Cayado del Hijo de Dios en la cruz en la
que fue crucificado. Hicieron de Él, como dice Pablo, un maldito. “Maldito el
que está colgado de un madero” –de una cruz-. (Gá 3,13).
Los discípulos de
Jesús tenemos su mismo Cayado que nos sostiene; y el mundo, cuyo corazón está
sometido al Príncipe de la mentira, al igual que a Él también nos llama
malditos. Nuestro Cayado nos convierte en el blanco del odio de Satanás. Somos
malditos para el mundo, sí, pero… ¡Benditos para Dios! ¡Nunca un Padre estuvo
tan orgulloso de sus hijos como Dios Padre de nosotros en cuanto discípulos de
Jesús y de su Evangelio!
Padre Antonio Pavía
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