Entre las lecturas de la Escritura, la
única palabra que se proclama es el Santo Evangelio de Nuestro Señor
Jesucristo. Dicho esto, podemos observar que en muchas celebraciones de la
Eucaristía, el sacerdote desde el ambón, lugar sagrado desde donde se lee la
Palabra de Dios, comienza la lectura del Evangelio con estas palabras:
-Lectura del Santo Evangelio según…
(Se anuncia el evangelista que corresponda según el Canon)
La realidad es que es una gracia de
Dios poder subir al ambón y dar esa “Buena Noticia” que es el Evangelio. Como
es una gracia de Dios, de infinito valor, poder colaborar con Él en el Milagro
Eucarístico del Misterio de la Transubstanciación, esto, es, la conversión de
la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
Decían los Santos Padres de la Iglesia
Primitiva, que el Evangelio tiene un cuerpo y un alma: el cuerpo es la letra
impresa sobre papel; el alma es la misma Divinidad de Dios. No en vano nos dirá
san Juan en el prólogo del Evangelio: “…En
el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra
era Dios…” (Jn 1,1)
Pues ya que el Evangelio, la Palabra, es Dios mismo, tratémosla con el
respeto y la grandeza que merece el Misterio. El Evangelio es la única Palabra
que se PROCLAMA. Y así podrá decir
el oficiante (sacerdote o diácono):
- “Proclamación del Santo Evangelio
según…”
En las “cosas santas de Dios”, su
Palabra, hemos de ser escrupulosos, conscientes de la Grandeza que se está
realizando, ante quien “toda rodilla se
ha de doblar, en el cielo y en la tierra, y en el abismo, Jesucristo…” (Fp.
2,10).
Ya en tiempos de Moisés, el libro del
Deuteronomio decía: “…Voy a proclamar el Nombre de Yahvé, ¡dad gloria
a vuestro Dios...” (Dt 32,3), preanunciando la proclamación de la Palabra
de Dios. Palabras que nos recuerdan lo que decimos en la celebración de la Misa,
como contestación a las palabras del sacerdote: ¡Gloria a Ti, Señor! Demos,
pues, la importancia de “proclamar” la Palabra de Dios, que es Jesucristo,
Palabra única del Padre, revelada en su Santo Evangelio.
“Es bueno dar gracias al Señor,
y tocar para tu Nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu Misericordia y de
noche tu Fidelidad…”(Sal 91)
Alabado sea Jesucristo,
Tomas Cremades Moreno
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