Cuenta Ovidio en el Libro VIII de
sus Metamorfosis que el rey de Creta
tenía retenido en esta isla a Dédalo. Dado que no podía salir nada más que
volando porque Minos controlaba la tierra y el mar, ideó unas alas acopladas a
sus brazos y otras para su hijo Ícaro. Unió plumas de distinta longitud con hilos
de lino y cera, imitando las alas de las aves. Aconsejó a su hijo que volara a
una misma determinada altura: que no ascendiera en demasía para que el calor
del sol no derritiera la cera, pero tampoco muy bajo para que las aguas del mar
no mojaran las plumas. Ícaro, impetuoso por su juventud, cuando se vio libre,
desoyendo los consejos paternos, ascendió para acercarse al sol.
Intentaré buscar un cierto
paralelismo de esta leyenda mitológica griega con nuestra vida cristiana.
Quizá sea, sin pretenderlo, una
visión interesada y pretenda, sin
querer, endosar a la generalidad mi particular actuar cristiano, pero tengo la
sensación de que nos comportamos como otros Dédalos. Vamos volando por la vida
con cierta equidistancia, quizá no bajamos a ras del mar por miedo a caer en el
averno, pero tampoco ponemos la fuerza e ímpetu juvenil de Ícaro para acercarnos
en demasía al astro rey, Dios; cosa que sí hicieron aquellos grandes ascetas y místicos,
los fundadores de las grandes órdenes religiosas, la muchedumbre que tuvo la
oportunidad y el honor de aceptar el martirio por defender las grandes verdades
y misterios cristianos, las órdenes de clausura, etc, o sea, que para ser
cristianos de verdad debemos arriesgar y no tener miedo a derretir la cera de
nuestras alas en el amor divino.
Pero para los que no tenemos el
honor de alcanzar ese don, ni la fuerza para buscar metas más elevadas, como es
nuestra obligación cristiana, sí tenemos a nuestro alcance otro modo de actuar;
recordemos las palabras del Maestro: “…cuando
lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Con estas palabras Jesús nos está dando
otra alternativa a la mencionada anteriormente, a la excelente. La medianía de
los cristianos tenemos en estas palabras de Jesús la solución para encontrar la
altitud de nuestro vuelo. Parece decirnos que si no somos capaces o no estamos
capacitados para volar a gran altura, aquí, mucho más a ras de suelo, tenemos trabajo
y la oportunidad de alcanzar parecidos méritos y merecimiento, si somos capaces
de ver y encontrar su identidad en nuestros hermanos más cercanos. Él se mete
dentro del desvalido, del hambriento, del privado de libertad, del injustamente
tratado y perseguido, etc. a fin de estar cerca de nosotros y darnos esa otra
oportunidad de encontrarlo y socorrerlo en esos excluidos sociales. No nos pide
que derramemos nuestra sangre por su causa, pero sí que cautivemos para su
causa, con nuestra vida ejemplar ‒pero
ejemplar no solo en el aspecto religioso, sino también en el aspecto social‒, a aquellos que se encuentran
alejados o viven indiferentes; quizá no nos pida que vayamos a lo más profundo
de la selva a cristianizar, pero sí que acojamos, como si de Él se tratara, a
los que llegan a nuestro lado huyendo de las calamidades de tierras lejanas; no
nos pedirá una vida heroica, pero sí ayudar a los demás, que salgamos de
nuestra monotonía, apatía y comodidad; nos pide ejemplaridad, coherencia entre
nuestras palabras y acciones, que más que hablar actuemos. En resumen nos pide
que elevemos nuestro vuelo y, si no somos capaces, que derritamos nuestra cera
con el calor humano.
Pedro José Martínez Caparrós
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