Estaba todo preparado y sospechaban que aquella noche sería crucial.
Los nervios y el revuelo fueron mayúsculos. Estaban los más íntimos,
por decirlo de alguna manera. Aunque no tenía nada que ver con aquella
boda, en Caná, que vivieron juntos hacía más o menos tres años (¿o quizás
sí?). Esa noche estaban todos expectantes, pendientes de las palabras
y los gestos de quien se la mandó preparar. Ya os digo, se barruntaba que
no iba a ser como las cenas de Pascua de los dos años anteriores, pues la
había adelantado de día.
La escena nos la hemos imaginado
a lo largo de los siglos, tanto y de tantas maneras, que ya forma
parte de nuestro acervo popular. Por lo menos hasta ahora, aunque un
periodista, emitiendo por la radio la procesión del Corpus de Toledo
el año pasado, no dejara de insistir: “es una gran manifestación
cultural de tintes religiosos”. En ese momento sufrí de vértigos.
Y mientras, Jesús, tomando un trozo de pan lo partió y entregándoselo
les dijo: “tomad, comed, esto es mi cuerpo”. Y les dio a
beber de la copa: “esta es mi sangre, de la nueva alianza, derramada
por vosotros”. Está claro que no estaba para superficialidades.
Hablaba de cuerpo, de sangre, de alianza. Son palabras mayores. Porque
en el lenguaje y la cultura de Jesús, diferente a la concepción griega,
que es la nuestra, el cuerpo indica a la persona y todas sus relaciones:
alegrías, esperanzas, sudores, fatigas… y la sangre es la sede de la
vida. Por ello el derramamiento de sangre es devolver y entregar
la vida a Dios. Y la Alianza son las bodas, o el compromiso de amor que
Dios durante toda la historia intenta mantener con la humanidad en
general y con cada uno de nosotros en particular. De ahí el mandamiento
del amor: “amaos como yo os he amado”. Y punto.
Todo está dicho.
Como parece ser que sus amigos estaban un poco confundidos, quizás
por el momento, la ansiedad, o un poco de miedo… pero sobre todo porque
Jesús, después de tres años con ellos, sabía lo que daban de sí… Y, a parte,
que, hablando de amor cada uno entendemos una cosa, y normalmente tendemos
sólo hacia lo afectivo, se ciñó la toalla y se puso a lavarles los pies
como si de un esclavo se tratara. Pedro, que concebía las cosas de otra
manera, armó una bronca, ya se le había olvidado eso de que “el que quiera ser el primero entre vosotros sea el servidor
de todos”. No hay nada como el agua para aclararlo todo.
Y con la toalla les fue secando los pies. No sé tú, pero yo lo veo como
un gesto de ternura, como una caricia. Intenta secar los pies a una persona
anciana, a una criatura, ya me dirás lo que sientes. Eso, como el que con
suavidad va poco a poco limpiando las heridas. Es un acto de amor, de sanación,
de purificación. Y para finalizar les dijo: “haced
esto en memoria mía”. Mirad que este mensaje nos lo hemos pasado
de boca en boca durante casi 2000 años y tiene más importancia que el Santo
Grial, el Priorato de Sión, los misterios de los cruzados y todas las
obras de Leonardo da Vinci juntas. Mirad que este es el eje más importante
de nuestra fe, porque en esta memoria viva
se encierra la vida de Jesús, el Señor, y nuestra propia vida.
En efecto, estos son nuestros hermanos y, como en cualquier familia,
atenderemos con amor especialmente a los más pobres y desvalidos,
porque esto va en el ADN de todo bautizado, porque todos somos hijos de
un mismo Padre. Por eso nos organizamos en CARITAS, que significa ni
más ni menos que “Amor de Dios”. Es la única manera de celebrar con
coherencia la solemnidad del Corpus Christi: como la fiesta de la
Vida, la Unidad y el Amor. Y al contemplar al Señor por nuestras calles
pensemos que los cristianos debemos llegar a ser Eucaristía, Cuerpo
de Cristo, alimento, pan partido, regalo, cuerpo y sangre entregada
para Dios y para los demás, especialmente para los más necesitados de amor.
¡Ánimo y adelante!
+ Antonio Gómez
Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín
Obispo de Teruel y Albarracín
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