La eucaristía, verdadera
comida
La oración de la misa explicita la finalidad
que persigue este nuevo subrayado
después del ciclo pascual: venerar de tal modo el memorial de la muerte y
resurrección de Jesús que experimentemos el fruto de la redención.
Venerar el
memorial. Venerar es rendir culto, en este caso, a la
Eucaristía. Es un acto ritual externo, pero que no tiene sentido si no va
acompañado de las disposiciones internas requeridas. En este caso se trata de
venerar un memorial, es decir,
recordar y a la vez hacer presente lo que
hizo Jesús en la Última Cena y sus disposiciones internas, que,
según Jn 13,1, eran un amor que ama hasta el extremo a toda la humanidad
y se entrega por todos para hacerlos
hijos de Dios, formando un solo cuerpo con él. Según esto, venerar
el memorial implica unirse con todo el corazón al sacrificio de Cristo
que se hace presente sacramentalmente y después se nos entrega en comunión a
cada participante.
Alcanzar el fruto
de la redención, que consiste en
convertirnos en hijos de Dios y miembros del Cuerpo de Cristo. Es un don que
exige crecer hasta llegar a la plenitud de la filiación y fraternidad. Para
ayudar a este crecimiento Jesús nos ha dejado como verdadero alimento la
Eucaristía. Cada tipo de vida necesita su propio alimento: la vida vegetal el
suyo, la animal el suyo, la humana el suyo, y la de hijos de Dios el suyo que
es el mismo Hijo de Dios encarnado. Hoy pedimos la gracia de que participemos
de tal manera en la celebración eucarística que nos alimente. Igual que en las
comidas normales se puede comer mucho sin que alimente, porque no se digiere
adecuadamente, así también se pueden celebrar muchas Eucaristías sin que alimente,
porque no se digiere.
“Digerir” implica, por una parte, unirse al sacrificio de Cristo, que
se hace presente en la celebración para que los participantes unan su vida a la
Cristo en oblación viviente y existencial
al Padre. Por otra, unirse en comunión a Cristo, que se nos da para
alimentar esta entrega sacrificial.
Verdaderamente la Eucaristía es alimento
(Evangelio), verdadero maná para los que vamos peregrinando hacia la patria
(primera lectura), porque nos une a Cristo que está unido sustancialmente al
Padre, fuente de la vida y del amor. Comulgar es unirse en íntima unión a
Cristo y al Padre. Ahora bien, Cristo es cabeza inseparable de su cuerpo, por
eso no nos podemos unir realmente a él si no estamos también unidos a los demás
miembros de su cuerpo. La liturgia
invita a hacer un breve acto de fe inmediatamente antes de comulgar: “El Cuerpo
de Cristo. Amén”, donde Cuerpo se refiere a la cabeza y los miembros. Por eso
la comunión afianza nuestra unión en el cuerpo de Cristo (segunda lectura). Una
Eucaristía que no se traduce en unión y preocupación por los hermanos no
alimenta.
Con toda razón hoy
invita la Iglesia a recordar Caritas. Como recuerda la segunda parte de
la encíclica “Deus caritas est”, la Eucaristía es el centro de la actividad de
la Iglesia, pero está precedida y seguida de otras dos actividades. Precedida
por la pastoral de evangelización que da
a conocer y ayuda a profundizar en Dios y su plan de salvación. Seguida por la
pastoral de la caridad que invita a reforzar los lazos de unidad dentro del
Cuerpo de Cristo y la entrega a los demás. Para esto la Iglesia dispone de
Cáritas, que no es una ONG más, sino el brazo de la Iglesia para su servicio a
los demás, especialmente a los necesitados. La “verdad” de una celebración solemne
de la Eucaristía se comprueba en la “verdad” de una Cáritas eficiente.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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