Al final de este mes comenzamos el tiempo de Adviento, tiempo para la esperanza porque el Señor viene tal como lo celebramos en la Navidad. Ante él, el que más y el que menos puede tener la tentación de pensar si son oportunos este año el Adviento y la esperanza, a lo que hemos de responder: este año, más que nunca, porque en la situación de crisis que vivimos nada necesitamos más que la esperanza. La esperanza es la semilla pequeña que nace de la fe y da como fruto la pequeña, pero llena de sentido toda nuestra existencia, lo que somos y lo que hacemos. Es el camino que ilumina el futuro. Necesitamos la esperanza y, al hablar de ella, me viene a la memoria el hermoso Charles Péguy: La fe es una iglesia, una catedral. La caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo. Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.
Hay
motivos suficientes para desesperar, pero no son más poderosos que los motivos
para esperar. El Señor viene.
La misma
palabra que identifica el tiempo litúrgico de la esperanza –Adviento– nos
recuerda que la esperanza no es el fruto de nuestro esfuerzo, sino de la
confianza en el Señor. Me gusta particularmente repetir la oración que hacemos
en laudes durante el tiempo de Adviento: Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el
Señor. Es una imagen preciosa. El Señor llega como el amanecer, sin hacer
ruido, con suavidad, poco a poco invade nuestra vida y no se detiene hasta
llegar a lo más profundo. En el amanecer, la luz vence a la oscuridad, y donde
reinaban las sombras de la muerte ahora brilla la luz de un nuevo día que
muestra la belleza que la noche había robado.
La
esperanza no es obra nuestra. La esperanza es un don que recibimos si vamos a
buscarla, si bebemos en su fuente. La cerrazón sobre nosotros mismos, la mirada
egoísta del propio mal, nos impide mirar más allá, nos hunde. Basta que
levantemos la cabeza, que miremos a los demás, que dejemos sitio a Dios. La
esperanza, como la fe y la caridad, es una cuestión de confianza, de apertura a
la gracia. Dice san Pablo, al referirse a la fe de Abraham, que “esperó contra
toda esperanza”.
La
esperanza se tiene que abrir un hueco en nuestro corazón. Y los cristianos, que
estamos llamados siempre a dar razón de nuestra esperanza, en este momento de
la historia tenemos que ser testigos alegres de que Dios siempre cumple; de que
cada día viene a nosotros; de que no nos abandona, sencillamente, porque nos
ama.
Os invito
a preparar este Adviento con una renovada ilusión, a salir de nuestros
problemas, que es salir de nosotros mismos, para buscar a Dios y a los demás; y
no nos olvidemos de los pobres, como nos recuerda la Jornada de los Pobres de
este año: Tiende tu mano al pobre. A Santa María, la Madre de la Esperanza, le
pedimos que mantenga el ritmo de nuestra espera.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Getafe
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